360 grados

Lamentable impotencia de la diplomacia europea

Joaquín Rábago

Joaquín Rábago

Si algo se ha hecho evidente en la crisis global por la invasión de Ucrania es el estrepitoso fracaso de la diplomacia y, de modo particular, la europea, que debía ser la más interesada en una solución pacífica de un conflicto en su propio continente.

El que el presidente Dwight D. Eisenhower calificó, al terminar su mandato en 1961, de «complejo industrial-militar» es sin duda el máximo beneficiario de la crisis: sobre todo la poderosa industria armamentista de la superpotencia.

Ese sector, además del energético: tras presionar Washington a sus aliados europeos para que renunciasen al gas del país invasor, EEUU está haciendo su agosto al vender su propio gas licuado a un precio cuatro veces superior al primero.

No obstante los sacrificios que la guerra está imponiendo a millones de ciudadanos europeos, por no hablar ya de los del mundo en desarrollo, la diplomacia en activo del Viejo Continente ha optado por el silencio de los corderos.

No lo ha hecho, por el contrario, un nutrido grupo de diplomáticos italianos ya jubilados, quienes hicieron recientemente un llamamiento al Gobierno de Roma «por una paz justa» en Ucrania, del que, como era de temer, apenas se han ocupado los medios de comunicación.

Las armas deben callar y dejar paso a la diplomacia, argumentan esos diplomáticos, según los cuales la neutralidad del país invadido y el status futuro de los territorios mayoritariamente rusófonos en disputa deben ser parte esencial de la mediación.

Los diplomáticos jubilados instan al Gobierno de Giorgia Meloni a impulsar a escala europea una iniciativa diplomática tendente a conseguir un alto el fuego y al comienzo inmediato de negociaciones entre las partes.

Italia, Francia y Alemania deberían ser, junto a las instituciones europeas, quienes delineasen una propuesta de mediación creíble que, partiendo de los frustrados acuerdos de Minsk, trazasen el camino para llegar a una negociación global «guiada por los principios de seguridad en Europa».

Entre otras cosas, proponen la retirada simultánea de las tropas rusas del territorio ocupado y el fin de las sanciones de Occidente al país invasor.

También la definición de la neutralidad de Ucrania bajo la tutela de Naciones Unidas y la organización de referendos en los territorios bajo disputa igualmente tutelados por la ONU.

Señalan asimismo que la convocatoria de una conferencia de seguridad en Europa es un instrumento imprescindible para volver al llamado ‘espíritu de Helsinki’ y la pacífica convivencia de los pueblos del continente.

Pero hay un problema, y es que el propio presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, aunque llegó al poder con la promesa de conseguir la paz en todo el país, incluidos los territorios disputados del Donbás, ha declarado que continuará la guerra hasta la derrota final de Rusia.

Y éstas son palabras mayores. ¿Está dispuesto a seguirle Occidente con independencia de las tensiones sociales y económicas que la guerra está provocando ya en nuestras democracias? Y sobre todo, ¿aún por cuánto tiempo?

Mientras tanto se recurre en muchas partes al lenguaje orwelliano según el cual ‘rearme’ equivale a ‘paz’, olvidándose de que sólo cuando por fin callen las armas, podrá negociarse en serio.

A las decenas de miles de muertos civiles y militares de uno y otro lado nadie podrá ya por desgracia devolverles ya la vida, pero al menos se evitará que la pierdan inútilmente todavía muchos miles más. ¿No vale la pena al menos intentarlo? ¿A qué se espera?

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