TRIBUNA

Distópica distopía

Manifestación en defensa de la sanidad pública.

Manifestación en defensa de la sanidad pública. / EP

José Luis Raya

José Luis Raya

El control del pensamiento se está imponiendo en esta sociedad, en este país, que creo que se llama España y que tanto cuesta pronunciar. Los que nos consideramos moderadamente moderados nos encontramos fuera de juego y recibimos puntapiés por ambas partes, por las partes opuestas. Antes eran opuestas y complementarias. Ahora posicionarse significa convertirse en extremista, pues ambas zonas opuestas se tocan por ambos extremos. Esto que parece un galimatías, es mucho más comprensible que 1899. Sí, hablamos de lo de rizar el rizo. Y cuando antes dije digo, luego diré Diego o viceversa. Lo que antes fue sentido común, se convertirá en absoluta insensatez. Lo de la ley del péndulo, pero aceleradamente.

Lo lógico es pensar lo que queramos, sin embargo verbalizarlo puede resultar una clara agresión, de lo contrario no existiría esta denominación, y la violencia solo sería física. Pues bien, un cierto extremismo desea verbalizar y normalizar el insulto, esto es, la agresión verbal. Es así de claro. Lo cierto es que, evidentemente, podemos pensar lo que queramos, pero debemos callar lo que suponga una agresión o una falta de respeto. En esas estamos. A veces, debemos tirar de ironía o elegancia para poder decir las cosas sin herir a los demás.

Es cierto que si queremos modificar determinadas leyes, antes deberíamos asesorarnos y, al menos, entender lo que se modifica para después votarla. A menudo (se) consensúan ciertos reglamentos sin considerar las consecuencias y, cuando se aplican, no puedes protestar, al menos no verbalizarlo, pero sí pensarlo. Ambos extremos han soltado lo primero que se les ha venido a la cabeza, sin reflexionarlo. ¡Qué poca categoría! ¡Menudo verdulerío malsano se está instaurando en nuestro Hemiciclo!

Por ende, las protestas por el deteriorado estado de nuestra sanidad pública se están condenando porque no se puede verbalizar lo evidente; pero lo evidente es que está fatal en muchas regiones de este país; esto no debería ser un obstáculo para que cada cual se manifieste y exponga su descontento. Muchos de nuestros dirigentes y “dirigentas” desearían que no se verbalizara nada de lo que se piensa, ni tan siquiera la evidencia. Los unos han elegido Madrid como el centro de la diana, los otros se encargan de Barcelona. Ya no puedo seguir manifestando lo que pienso, en todo caso puedo esbozarlo, de momento.

La ley del silencio se está imponiendo de alguna manera. Para poder sobrevivir políticamente o en esta sociedad distópica, has de callar permanentemente o, al menos, cambiar el decorado según los vientos que soplen. Lo peor de lo peor, distópicamente hablando, es que la todos los ciudadanos-votantes, poco a poco, se están transformando en súbditos. El ventrílocuo mueve las fauces de sus súbditos para repetir, como un eco escabroso, lo que ellos van dirimiendo, independientemente de que antes dijeran diego.

En mi ámbito, el lugar donde se deberían generar conocimientos, libres de patrañas ideológicas de uno u otro bando, considerando la diversidad, la igualdad y el respeto como reglas básicas incuestionables, sin otorgarles ningún tufo ideológico o político, está llegando a la meta de la tergiversación y lo distópico. Poco a poco, los centros de enseñanza se han ido convirtiendo en guarderías y paulatinamente, a su vez, en refugio de futuros delincuentes. Hay menores que, como nómadas, son expulsados de centro en centro ya que sus actitudes y/o comportamientos agreden verbal y físicamente a sus pares, docentes y no docentes. La ley del menor está hecha para la desprotección del mayor, este caso del profesor. Incluso, un individuo puede imponer su ley a los intereses de la mayoría, es una suerte de clara dictadura donde no podemos decir lo que pensamos, aunque sea políticamente incorrecto, esto es, se ha instaurado por ambos márgenes un silencio casi pétreo.

Cuando deseamos decir lo que pensamos, solo debemos esbozarlo: invisibles hilos del gran ventrílocuo que te permite solo bosquejar. De momento.