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Precios dinámicos, fans cabreados

Enrique Benítez

Enrique Benítez

Las entradas para espectáculos, conciertos, eventos y museos se compran ya, en muchos casos, a través de una plataforma de internet. Es raro ver una cola de personas esperando su turno. Los tiempos en que los jóvenes aficionados hacían cola para ser los primeros en conseguir entradas para ver a sus cantantes y grupos favoritos han pasado a la historia. Ya no es necesario pasar noches al raso, en sillas incómodas o improvisadas tiendas de campaña. Pero las consecuencias de esta digitalización no siempre han sido positivas.

Imagine que quiere ir al cine un sábado por la tarde. Y que la plataforma en la que va a comprar la entrada utiliza los llamados algoritmos de precios dinámicos. El precio de la entrada no es fijo, sino que depende de la demanda. Esto convierte la compra de entradas en una especie de subasta al mejor postor. Usted planea comprar una entrada por 7 euros, pero hay una enorme demanda para ver la misma película en esa sesión. El algoritmo va subiendo los precios para que la empresa gane más dinero.

En el caso del cine, que es un ejemplo hipotético, siempre se puede ir a otra sesión. Pero en el mundo de los grandes conciertos, en el que no hay tanta oferta (puede haber un único concierto de una gran estrella en cada ciudad), la cosa cambia. Este verano, los seguidores de Bruce Springsteen se encontraron con este modelo de precios dinámicos. En algunos sitios el algoritmo fijó un precio de 5.000 dólares por entrada. Es lo que tiene el mundo digital: todo está orientado hacia el máximo beneficio de las plataformas. Y, en un mundo subastado, esto favorece al que tiene más dinero.

El escándalo de los precios dinámicos ha vuelto a ocurrir hace pocos días, con la gira de Taylor Swift. Los precios se han disparado, por dos motivos. El primero es la creación de una gigantesca demanda artificial alimentada por bots y cuentas falsas. No sólo optaban a las entradas los verdaderos fans de carne y hueso, sino también todo ese submundo digital invisible y ficticio, pensando en la lucrativa reventa.

Pero hay otro motivo, que fue la compra de la principal plataforma de venta de entradas, Ticketmaster, por la empresa dominante en la organización de conciertos, Live Nation. En su momento, en los años 90, las autoridades de la competencia no vieron problemas, pero de hecho se ha creado un operador monopolista que impone sus condiciones. Sin regulación, lo digital es como las lentejas: o las comes o las dejas. La cartera manda.