EL CONTRAPUNTO

Les écoles hôtelières

Rafael de la Fuente

Rafael de la Fuente

Lo proclamó Jean D’Ormesson en su introducción a un libro imprescindible, simplemente perfecto: “Grand Hotel”. En su dominio del complejo arte de poder quintaesenciar el mundo de los grandes hoteles de este planeta, nos demuestra el maestro que él sí sabe volar más allá de los horizontes donde brilla la grandeza. Como René Lecler, el otro maestro de maestros, al que tantas veces y con tanto afecto he citado. De las doctas páginas de “Grand Hotel”, con respeto y admiración he extraído estas líneas, magistrales:

“El hablar de los grandes hoteles es hablar de las sombras del pasado, de santuarios de otras eras, de residencias legendarias para exóticos viajeros que emergen de épocas ya pasadas y de exiliados tan ricos como Creso, de efímeros refugios para hedonistas en búsqueda del lujo y los gozos celestiales O, si lo prefieren, del romance entre la riqueza y la poesía, en moradas donde el esplendor en estado de pureza absoluta nos ofrecen días perfectos en un mundo muchas veces tan incoherente como frenético.”

El 24 de noviembre, en algunos de los países más avanzados e inteligentes de este atribulado planeta se suele celebrar la cena del Día de Acción de Gracias. A la que los estadounidenses suelen llamar Thanksgiving. En fervor y emoción es una celebración que en algunos lugares incluso sobrepasa en intensidad a la de la Navidad. Dios sea loado.

Este año, el admirable Skal Internacional de Marbella, la ya legendaria asociación de profesionales de la industria turística, la más antigua del mundo decidió, unir la Acción de Gracias a un hermoso gesto de caridad cristiana. Los ejemplares Skalegas de Marbella decidieron que la cena fuese un homenaje a la humildísima persona que firma este modesto artículo. Un servidor de ustedes. Un sencillo trabajador jubilado, ya en la recta final de su paso por este mundo. Honraron así, con una inmensa generosidad a alguien que como tantos otros – y con mayores merecimientos - había dedicado su vida a trabajar por y para el turismo. Pero que ni en mil años hubiese podido atesorar méritos que justificaran este espléndido acto de generosidad. Por supuesto, el turismo, la industria de la paz y de la solidaridad, lo merece ampliamente. Pero no mi modesta persona. Aunque en mi caso, por lo inmerecido que es este honor, creo que debo estar doblemente agradecido. Como se decía antiguamente en España… ¡Dios se lo pague a todos ustedes! Con estas palabras de felicitación y gratitud me dirijo a los profesores y a los alumnos y también a los directores de la gran Escuela de Dirección Hotelera Internacional de Les Roches en Marbella.

A los que doy las gracias públicamente por hacer una feliz realidad el que a lo largo de una noche en estado de gracia una portentosa demostración de que los milagros pueden ser posibles. Creo que puedo dar fe de ello. Entre todos los lugares de este mundo en los que se celebró esta cena, el Ágape Áureo de Acción de Gracias tuvo que ser el de Les Roches. Talento, inspiración, trabajo duro y sobre todo, el milagro del reto que es aceptado con una sonrisa amable, venciendo a las barreras de lo aparentemente imposible. Todo ocurrió en la noche del pasado 24 de noviembre. En la espléndida sede de la Escuela de Les Roches en mi querido pueblo, Marbella. En el antiguo camino de Istán y en las estribaciones de la Sierra Blanca marbellí. Sí. Todos quisieron y supieron volar alto. Y todos hicieron posible el milagro de una noche que agrupó, gracias a aquellos jóvenes, llegados de 93 naciones diferentes, como portadores del fuego sagrado de su buen hacer.