EL ADARVE

La magia de la escritura

Miguel Ángel Santos Guerra

Miguel Ángel Santos Guerra

Responsables del Ministerio de Educación de Chile en la región de Coquimbo me han invitado a participar en una experiencia que pretende promover la reflexión escrita sobre la práctica docente como un modo de transformarla en su racionalidad y en su justicia.

Se trata de un proyecto que comenzará con cinco talleres, de los cuales me han encargado dirigir el primero. Pero la experiencia no acabará sino que comenzará con dichos talleres. Es entonces cuando se armarán los proyectos de escritura. Un profesor en solitario, un grupo de docentes o un claustro completo.

Es importante escribir. Es necesario escribir. El pensamiento que tenemos sobre la práctica suele sr caótico y errático pero, cuando escribimos, nos vemos obligados a estructurar, a argumentar, a ordenar el pensamiento. Y eso ayuda a comprender.

La escritura tiene otro beneficio, Otros pueden leer lo escrito. Y esa lectura tiene dos virtualidades. Ofrece a otros profesionales caminos para poder avanzar. Y, además, genera el optimismo que supone saber que no estamos solos en los esfuerzos para alcanzar la mejora.

En el libro titulado “La magia de escribir”, cuyos autores son mis queridos amigos José Antonio Marina y María de la Válgoma se dice: “Escribir es abrir un claro en el bosque de experiencias confusas, poner en limpio”.

En un interesante libro que acaba de publicar Rosa Montero, titulado “El riesgo de estar cuerda”, que he leído hace unos días, se puede leer: “Escribir es danzar y la música me ha ido llevando, como quien trenza pasos en el aire, hasta llegar a estas líneas que tecleo ahora”.

Estoy seguro de que en muchas escuelas existen prácticas magníficas de enseñanza, de comunicación, de evaluación, de creatividad. Me juego el brazo izquierdo con reloj incluido a que las hay. Y no pierdo mi brazo. Pero no me juego el brazo derecho para apostar a que esas prácticas están escritas. No me lo juego. Porque lo perdería.

Existen, a mi juicio, siete causas de la agrafia docente. No quiero decir que no haya otras, pero pienso que estas afectan a muchos docentes.

No soy un teórico con preparación para realizar tareas de ese tipo. “Lo mío es dar clase. La escritura es para los académicos, para los investigadores, para los teóricos”, dicen algunos profesores. Un docente me dijo hace algún tiempo “A mí no me pagan por pensar, me pagan por dar clase”. Qué inmenso error. Primero porque no se puede dar clase sin pensar. Y no se pueden mejorar las clases sin reflexionar.

Lo que yo hago no tiene tanta importancia como para ser contado por escrito. Hay profesores que piensan que solo merecen contarse las experiencias excepcionales, las iniciativas fueras de serie, las macroinvestigaciones que exigen grandes muestras y operaciones estadísticas sofisticadas. Lo cierto es que cada experiencia es única, cada innovación tiene su peculiaridad. Es más, son esas investigaciones a pie de aula las que más interesan a los docentes.

No dispongo del tiempo necesario que exige la escritura. Hay otras tareas más apremiantes que me ocupan el tiempo. Lo prioritario es preparar las clases, planificar el trabajo, evaluar los aprendizajes, atender la burocracia. No queda tiempo para hacer tareas de escritura.

Lo puedo contar hablando, pero no se me da bien escribir. No hace falta ser un escritor profesional, pero sí es necesario escribir correctamente. No es tan complicado. Sujeto, verbo y predicado. Sujeto, verbo y predicado. Sujeto, verbo y predicado. Así, hasta que se acabe de contar lo que se pretende. Por otra parte, a escribir se aprende solo de una manera: escribiendo.

No es una tarea que esté entre mis obligaciones profesionales. Hay quien tiene a gala cumplir lo que la ley exige. Son los profesionales del cumplimiento (cumplo y miento, decía mi profesor Miguel Fernández Pérez), Y entienden que escribir no está entre los deberes. No le voy a regalar nada de forma gratuita a la administración, añaden.

Es la primera vez que lo voy a hacer. Es lógico que, ante una experiencia nueva, se sienta el riesgo de no saber llevarla a buen término. Y que se sienta el temor a ser evaluado negativamente por los potenciales lectores y lectoras. Creo que es interesante asumir ese riesgo.

No hay quien edite lo que yo escriba. Conozco algunos docentes que han escrito y no han encontrado plataformas de difusión. Las editoriales, como es lógico, solo publican aquello que puede serles rentable. Un proyecto como este exige garantías para la difusión, sea en documentos con soporte de papel o a través de plataformas digitales.

Voy a poner dos ejemplos de experiencias de escritura que he impulsado. No estoy hablando de memoria. Hablo de experiencias concretas. Una tiene que ver con la escritura realizada por docentes y otra de escritura realizada por alumnos.

El primero tiene que ver con una experiencia de formación que se hizo en la Universidad de Santiago de Chile. Impartí una conferencia de dos horas que titulé La evaluación como aprendizaje. Había profesores de varias especialidades. Se organizaron reuniones del conjunto de voluntarios para coordinar las acciones, intercambiar ideas y compartir propósitos y analizar dificultades.

Con la ayuda de un guión que les propuse redactaron un informe sobre sus prácticas de evaluación. Esos informes se compartieron con todos los profesores que formaron parte de la experiencia.

Con los informes se publicó un libro titulado “La evaluación como aprendizaje. Experiencias en la Universidad de Santiago de Chile”. Ese libro fue presentado solemnemente a la comunidad educativa en una sesión en la que intervinieron los autores, alumnos participantes en la experiencia, autoridades académicas y yo como coordinador. Se regaló a todos los asistentes un ejemplar de la obra.

He elegido esta experiencia entre muchas otras. La escritura de los informes provocó una dinámica de reflexión que dio lugar a innovaciones en la práctica de la evaluación.

El libro sirvió y sigue sirviendo para que otros conozcan caminos de mejora y para que quienes se esfuerzan por mejorar sus prácticas no se sientan solos en el empeño.

Quiero compartir con mis lectores y lectoras otra experiencia relacionada con la escritura que realicé hace años con mis alumnos y alumnas. Al comienzo del curso les propuse que, además de leer lo que otros han escrito sobre la asignatura (Organización de las instituciones educativas) les proponía escribir un libro que fuera fruto de sus investigaciones. Al fin y al cabo, les dije, estamos inmersos en organizaciones. Podemos observar, podemos interrogar a los que las habitamos. Y luego escribir lo que hemos descubierto. Al finalizar el curso publicamos un libro titulado “Investigar en organización”.

En cada capítulo aparecen los nombres de los autores y de las autoras. No se trata de poner a trabajar a los alumnos para que luego publique el profesor. Ese es un modo de proceder abusivo. Los alumnos trabajan y el profesor recoge los frutos, atribuyéndose el mérito de una publicación.

Tengo ese libro delante. Y veo los nombres de los autores al pie de sus trabajos: “El primer día de clase” (María Dolores Pérez y María del Mar Sánchez), “Cambio en la dinámica de las clases” (Adoración Saavedra Delgado), “Contrastes espaciales” (María Ascensión Aguilera y Ana Peláez), “El que manda, manda” (María de los Ángeles Laosa), “La hora del comienzo” (Gloria Díaz, Catalina Rodríguez y María del Mar Sánchez), “Alineados y desconcertados” (Rafael Verdún Cabello), “Análisis de documentos” (María José García Marqués)”, “Los recortes del tiempo” (Miguel Ángel Santos), “Los procesos de participación en el aula (María Dolores Pérez y María del Mar Sánchez”)… Estos son algunos títulos y sus autores y autoras.

Ellos casi no podían creer que tenían en la mano un libro que era suyo, que había nacido de sus esfuerzos por indagar y de su deseo de expresar los hallazgos por escrito. Esa experiencia tenía también la finalidad de romper el patrón clásico de la enseñanza: uno que ha leído explica a los alumnos y alumnas el resultado de las investigaciones que otros han hecho. No es eso lo importante. Ellos vieron que eran capaces de buscar, de explorar, de escribir y de compartir lo descubierto con sus lectores y lectoras. De hecho ese libro se incluía en las bibliografía de la asignatura en años posteriores. La magia de la escritura.