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Estaba claro que era hora de irse

Juan Antonio Martín

Juan Antonio Martín

El pasado martes, el más constitucional de los últimos tiempos, con la sana intención de dirigirme a un ser especialmente querido, decidí enviarle un mensaje vía correo electrónico. Cosa simple. El proceso fue el de siempre, es decir, apresuradamente le dediqué las ganas, el tiempo y las pocas neuronas presentes, pulsé «enviar» y el correo salió rayando la velocidad del rayo, o más. Pero hete aquí que en un cachito de santiamén lo vi llegar la bandeja de entrada de mi correo. Alguna fuerza nigromante y burlona había empujado a mi cerebro a autoremitirse el mensaje en cuestión, sin contar conmigo.

–¿Torpeza o magia? ––me pregunté.

–Torpeza, torpeza..., no te ofusques, compañero – me apuntó una irónica voz cantarina sin cuerpo que vive en mí desde antes de que el Mar Muerto tuviera síntomas de enfermedad.

Incomodado, revisé los datos, que estaban absolutamente claros. El remitente y el destinatario eran el mismo: o sea, yo. Se me hizo evidente que no había ninguna duda sobre el proceso ni sobre el resultado más allá de mi desacertada pirueta mañanera, porque los hechos ocurrieron a las seis de la mañana. Aquello, lo mío, fue impericia en estado puro, sin paliativos. Obviamente, cuando tome consciencia, calladamente, me avergoncé.

–Por torpe – me increpó mi voz interna.

Llegado a este punto, como si algo o alguien tratara de adulzar mi rareza, una desconocida pulsión me empujó a releerme, quizá, quién sabe, por verificar si por el camino de vuelta mi correo se hubiera pervertido o, por el contrario, se hubiera ennoblecido, pero quia, aquello había tomado su forma mientras lo escribía y seguía manteniéndola indeleble.

Al releerme, cosa que habitualmente no hago, sentí una malsana envidia –las envidias sanas no son envidias– que me vistió con su manto de pies a cabeza y de derecha a izquierda: ¡Albricias, el texto me gustó como si fuera de otro...¡ ¡Toma ya...!. Total, escribirse a uno mismo siempre es una poderosa herramienta psicoterapéutica... ¿Por qué no darle cancha?

–¿Jo, seré yo otro en el momento de recibir mi propio correo? – elucubré silente mientras pergeñaba algún mecanismo que sin tapujos me empujara a escribirme justificadamente a mí mismo de cuando en vez o cada día, si hiciera falta. Y, además, saber hacerlo sin parecer el individuo envanecido y petulantemente narcisista, que no soy, digo yo...

Pero volvió la voz:

–¡Tú, desgraciado, tú no tienes la categoría mínima exigida para escribir textos mágicos! –era la misma voz displicente de antes, la voz cantarina sin cuerpo, pero esta vez con cajas destempladas.

Y fue justo en ese momento que me desperté alelado y sobresaltado a la vez. La base de lo acontecido respondía a que esperando a que anocheciera me había quedado dormido en el sofá. Cinco minutos después de despertar me incorporé, me desperecé y me senté pacientemente mientras recuperaba plenamente mi consciencia. Este proceso al que me refiero es una especie de yoga tántrico en el interregno que define el guión que separa los términos algebraicos del binomio sueño-vigilia.

En síntesis, la escena que acabo de narrar fue, simple y llanamente, una evagación en toda regla, una distracción de la imaginación. Por cierto, cuando toca dormir, la imaginación también duerme, aunque a fuer de sincero, también hay individuos que en plena vigilia mantienen su imaginación dormida e individuos de imaginación ausente, tanto en el sueño como en la vigilia.

La ausencia de imaginación es un bien ácrono, especialmente para los que hacen o pretenden hacer de la política un oficio no perecedero. Si no, generoso leyente, observe con atención e intención a la tribu política y verá cómo la mayoría de las grandes y novedosas ideas son realidades que se repitieron, se repiten y que, sin intervención de seres venidos de otros planetas, se repetirán hasta al fin de los tiempos. Pura ucronía en toda regla.

Lamentablemente, «evagar» no es un verbo, porque si lo fuera la vida de los autonimbados profesionales de la política pane lucrando, sería una informe evagación mantenida, al menos cuatrianualmente, ello, so pretendido pretexto pretencioso de «brindar a la ciudadanía y a sus sectores económicos todo lo que haga falta», en negrita y subrayado, que, generalmente, solo es una mirificadísima pretendida novedad inexistente revisable. Francamente, si yo fuera una hiena me reiría como ellas...

Cogobernabilidad, dice nuestro flamante consejero de Turismo... Ya, ya, claro...

A estas alturas de la película puede que Luis Enrique lamente no haber dimitido en el minuto uno, o sea, después de acabar el partido con Marruecos. Estaba claro que, como aquí se dijo, tras la derrota era cuestión de horas que comenzara la búsqueda de culpables en función del resultado, sin entrar en la culpa que se tuviera o dejara de tener. Siendo esa una ley en toda guerra, se vuelve inexorable cuando el general ha jugado fuerte, siguiendo estrategias de riesgo y sacando pecho con arrojo frente a las críticas de buena parte de la opinión publicada, que tuvo que tragárselas. Por otra parte, estando también en la picota el Presidente de la FEF y correspondiendo a éste la decisión, era esperable que se librara de sus perseguidores mostrando en lo alto la cabeza de Luis Enrique, un bravo capitán que ahora tendrá ocasión de mostrar su talento y coraje en otras guerras.

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