Viento fresco

Despistes al amanecer

Alguien que atisbo se parece a Errol Flynn, del que ya nadie parece acordarse. Chicas fiestas organizaba el tío

Jose María de Loma

Jose María de Loma

A las diez de la mañana pasa uno por calle Cerrojo y oye notas que se escapan del conservatorio. Las ventanas de un aula están abiertas y la música se expande hacia el norte y el sur, hacia el parque infantil recién inaugurado. Imagino a los jóvenes que tocan, ajenos al run run y la música de la Lotería. Pienso en sus vidas, en sus destinos.

-Oiga, ¿está usted seguro de que no era una grabación?

Me paro un poco para degustar la melodía, que no reconozco. No soy docto en música clásica y además me confundo con el canto de unos pajarillos que revolotean alrededor de los naranjos de la zona, que están abundantemente preñados de naranja. Aunque claro, lo extraño sería que estuvieran preñados de aguacates o fresas, siendo naranjos. Temiendo que semejante ambiente bucólico me envuelva y me ponga tierno, aprieto el paso para llegar al Centro y envolverme en el gentío, el turisteo y los sones del sorteo, que se perciben por las churrerías donde la gente da cuenta de desayunos generosos, obispales, diríase desayunos como si fuese la última comida del día o de la vida o de quién sabe cuándo. Encuentro a un conocido y nos saludamos y me hace la típica broma del día de la Lotería, hoy es el día de la salud, ríe y se carcajea, le palmeo la espalda, le deseo felices fiestas e incluso año nuevo. Vida nueva, también.

En la calle Larios un señor me pregunta por el Museo Velázquez y lo mando al Pompidou aunque luego me da remordimientos de tan gamberra (y artística) acción. Como penitencia me impongo dos mil pasos más. Unos jóvenes reporteros están realizando entrevistas a viandantes en la calle Granada. En el tramo en el que estoy se expenden tabacos, helados, bocadillos de jamón, abalorios, collares, joyas, sudaderas y gafas también. Podría uno si entrara en cada uno de los comercios acabar equipado para una expedición a Florida o para pasar una semana de primavera en Torremolinos. Me acerco un poco a los entrevistadores, el cámara tiene un cierto parecido a Errol Flynn, del que ya nadie parece acordarse. Sus fiestas eran legendarias, como legendaria era su costumbre en plena madrugada y cogorza de aporrear el piano pero no precisamente con las manos.

Me da por pensar en el señor del museo, también en los chavales del conservatorio, en el cine clásico y en el calor que va penetrando en el ambiente cuando llego a la plaza de la Merced. Una japonesa se hace un selfie con la estatua de Picasso. Pareciera que en cualquier momento la estatua cobraría vida y Picasso se pondría a magrear a la japonesa, que parece que está ahí solo para salir en esta columna. Hay ambiente en las terrazas, un pellizco lotero cae en la ciudad a varios kilómetros de distancia. Palpo el bolsillo donde va mi décimo.

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