El contrapunto

Enêri, Charlotte y Dewy

Rafael de la Fuente

Rafael de la Fuente

Concha, mi mujer, y yo sentimos un gran afecto por Enêri, Charlotte y Dewy, nuestras tres amigas norteamericanas, a las que consideramos las tres gracias de la península que los españoles llamaron Florida, la perla del otro lado del Atlántico. Sus nombres embellecen hoy la cabecera de este artículo. En una esfera de ideales platónicos, se podría decir de ellas que aprendieron a vivir idealmente en Captiva Island, la minúscula y luminosa isla de arenas doradas de la Costa Oeste de Florida. Sus arenas se mezclaron desde siempre con millones de diminutos fragmentos de conchas marinas, de color rosa. Es un lugar de gran belleza y muy civilizado, donde los huracanes generalmente pasan casi todos los años sin hacer demasiados destrozos.

No es benevolencia de alguna deidad amiga, avecindada en las aguas hospitalarias del golfo de México. En realidad es mérito de la sabiduría y la prudencia de los habitantes de la isla, que construyen sus viviendas pensando en situaciones climatológicas que a veces pueden ser muy adversas. Por ejemplo, la casa donde ellas viven junto a la playa se levanta sobre recios pilotes de madera, que dejan que las olas más bravas pasen por debajo, sin tocar el interior de la vivienda. Concha y yo tenemos la esperanza de que alguna vez nos inviten a pasar una noche de tormenta en su casa. Me imagino que debe ser emocionante el sentir el oleaje rugiendo unos pocos metros debajo de la habitación donde uno intenta conciliar el sueño.

Hace unos años, en su terraza marina, donde Enêri, Charlotte y Dewy suelen recibir a sus amigos, hablábamos de la entrevista que Bruce Chatwin le hizo en 1974 a André Malraux. Las tres gracias estaban trabajando en una antología de textos de Chatwin para la Universidad de West Florida. Busco en el desorden de mis papeles y mis libros aquella entrevista. Sería muy grato el poder leerla de nuevo. Ahora, junto a otras aguas; cerca de este hermoso afluente del Atlántico que es el Mediterráneo: al final de su trayecto. Aguas azuladas, tranquilas, con las montañas del Rif cerrando el horizonte. Todo sea por recuperar la textura de aquella tarde junto a otros mares, unida a la inteligente y generosa hospitalidad de unas amigas espléndidas.

Copio las palabras de Malraux, según el imperecedero Bruce Chatwin: «Sólo han existido dos países y es extraordinario que solamente hayan sido dos, los que han sido capaces de crear una palabra para designar al hombre ejemplar. Atención. No hablo de aristócratas efímeros. Hablo del caballero español y el ‘gentleman’ inglés».

Florida es una creación de aquellos dos antiguos imperios. El británico, a través de sus herederos, los nuevos estados de la joven Unión Norteamericana, y el Reino de España. Unos ecos lejanos. Ambos. Como California. Y como Händel para el que la Oda para el Día de Santa Cecilia fue también un eco lejano de dos correosas y antiguas tribus germánicas a las que la Roma Imperial había intentado civilizar. Los habitantes de Captiva Island suelen evocar con orgullo del paso de los intrépidos navegantes españoles por aquellas playas y aquellos mares. Playas de un curioso color rosa pálido. A las que hemos evocado en los comienzos de este texto. Por los billones de diminutos fragmentos de conchas marinas trituradas a lo largo de los siglos por las mareas, los vientos y las olas.

Enêri, Charlotte y Dewy nos confesaron una vez que quisieron haber recibido nombres españoles de sus padres norteamericanos. No fue posible. Por eso yo las llamaba Irene, Carlota y Rocío. Esta próxima primavera ellas vendrán a Málaga. Almorzarán con nosotros junto al mar. Y probarán frutos del mar portadores de ecos milenarios, sazonados con sabores insospechados. Y los acompañarán con unos vinos mágicos criados en las tierras prodigiosas de este lado del Atlántico. Y juntos respiraremos en las magias de los mensajes de vientos lejanos. Y todo será también como un encantamiento que no desea serlo. Y que nace, gozoso, del desafío de ecos y truenos lejanos. Encapsulado por un largo y homérico periplo a través de los mares.

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