EL RUIDO Y LA FURIA

Las formas del tiempo

Juan Gaitán

Juan Gaitán

El tiempo es un ahora que se expande, un animal vertical e invulnerable que no comprende la palabra nunca, que cava una profundidad inacabable ante la que tenemos los talones en el vacío y los ojos cerrados. Y la vida es una inexpugnable incoherencia porque no entenderemos jamás el sistema de orden que usa el tiempo, aunque sospechamos que todas las horas lindan con la muerte, que solo cuando se acabe el tiempo empezará la eternidad, que su voluble carácter es como agua vertida en el río.

También sospechamos que todo reloj parado es una sombra del tiempo, que entre el mar y él hay más de un lazo y que solo regresa en los espejos. Que del mismo modo que hay un silencio dentro del silencio, una tristeza dentro de la tristeza, un olvido dentro del olvido, hay un tiempo dentro del tiempo, que el tiempo es el precio de la vida, que el pasado es solamente su espalda.

Presentimos que en el interior del poema palpita el silencio, y que solo en él se intuye la comba del tiempo. Que el reloj, el espejo, la marea, son retratos, estatuas, relieves del tiempo, pero que no son el tiempo, que se divierte contradiciendo el obtuso oficio del horario porque el reloj siempre desafina, pues solo la luz es armoniosa y puntual. Por eso la sombra del tiempo es un lugar anochecido, por eso no es habitable el tiempo que no tiene interrupción, por eso el tiempo es siempre un campo de batalla.

Toda mi vida he tenido apego a los relojes, aunque sé que su absurdo anhelo es matar el tiempo. Y sé también que el tiempo y la memoria caminan en direcciones opuestas hacia el mismo vacío, y que todo sucede simultáneamente, aunque el tiempo se divierta estafándonos, haciéndonos creer que no es así. Sé que su mayor cualidad es la paciencia, por eso comprendí hace mucho que quien dice «el tiempo todo lo cura» en realidad está hablando de la muerte, que no se puede esperar del tiempo más justicia que del verdugo, que nadie miente más que quien dice «siempre», y que solo quien pudiera parar el tiempo debería decir «nunca».

Y ahora que ante doce campanadas nos hacemos la fantasía de que se detiene y comienza de nuevo, ahora que creemos que el tiempo dobla otra esquina, ahora que nos deseamos todos unos a otros «feliz año nuevo» olvidando que para tener esperanza en el futuro es necesario carecer absolutamente de pasado, ignorando que el tiempo es un relámpago bajo el mar cuya estrategia es llevárselo todo y dejar a su paso, solamente, un silencio oscuro, porque al final solo él sobrevive, empecemos de nuevo la cuenta, el cuento, y demos tiempo al tiempo.

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