Viento fresco

El año de la sequía, inundado de acontecimientos

De la ruda bronca política a la ilusión por el 2027

El pantano de La Viñuela ganó algo de  agua acumulada con las lluvias de diciembre.

El pantano de La Viñuela ganó algo de agua acumulada con las lluvias de diciembre. / Álex Zea

Jose María de Loma

Jose María de Loma

Se va el Año del Tigre. El Año Internacional de la Juventud, según la UE. El Año de la Pesca Artesanal, para la ONU, que también lo tiene por Año del Vidrio. El año de la sequía. Hay año para todos y un año contiene muchos en sí mismo. Es la hora de los balances, previa a la de los buenos propósitos. En breve llenaremos gimnasios y centros de adelgazamiento, apagaremos el último pitillo y saldremos a caminar. Entretanto hay que llenar la copa, echar el chuletón a la brasa, aguardar con buen y reconfortante ánimo a la familia o los amigos e ir celebrando o bien que 2022 llega o bien que 2022 se va. A esta hora incierta de la mañana o la tarde, con toda la Nochevieja enfrente, recibiendo memes y enfriando el cava, el ánimo se vuelve indulgente, tal vez festivo o nostálgico pero menos rígido en cualquier caso. Mira uno atrás, ejercicio peligroso, y examina a los 365 días que se han ido. Semanas y meses con pequeños fracasos y éxitos. ¿Cuánta gente se habrá enamorado este año en Málaga?, ¿Cuánta gente habrá encontrado el trabajo de su vida en, pongamos, Marbella este año?, ¿Cuántos habrán perdido un ser querido o habrán sido diagnosticados de una dolencia? ¿Cuánta gente este año en Soria habrá pronunciado la palabra cabaña? Por ejemplo. Vidas y vidas que se entremezclan y cruzan, cargadas de historias y venturas o finales. Todo va muy rápido ahora, cosa que tal vez, se haya dicho siempre y en todos los tiempos, salvo, supongo, en un congreso de ermitaños. Pero en esta época de polémicas continuas, redes, escándalos, etc. todo va devorando a todo y que Pablo Casado fuera laminado por los suyos por denunciar una presunta corrupción del ayusismo nos parece de la prehistoria. No nos olvidamos de Ucrania, pero atemperamos nuestra indignación, que se va morigerando, adormeciendo. El drama, omnipresente en las semanas siguientes a la invasión canalla putinesca va guadianeando en los informativos como si fuera noticia comodín, noticia amplia cuando la actualidad flojea. Hemos aprendido que hay una ciudad llamada Jersón y cómo son los misiles ahora y la palabra guerra ha resonado con fuerza de nuevo en la vieja Europa, que siempre está juvenil si de matarse se trata. En 2022, por acercar el foco, fueron las elecciones autonómicas andaluzas que dieron al PP la mayoría absoluta que ni soñó. Un cambio social en toda regla. Sentencia de los ERE. Todo tan rápido y cambiante que ya vamos olvidando hasta la palabra covid; usted ya habrá recibido propuestas para fiestas mogollónicas estos días, como antaño, sin mascarilla y con aglomeraciones, roces y besuqueo. En este aspecto no es que los tiempos hayan cambiado. Es que hemos vuelto a 2019. No es que no hayamos aprendido nada, es que hay muchas ganas de vivir y como el que no tiene ganas de vivir no sale, no nos contagia su desánimo. Este año lo ha marcado el Covid, pero menos. Lo ha marcado a fuego la invasión de Ucrania y en casa tenemos la repelente temperatura política. Un año bronco, plagado de polémicas, sin paz en el Congreso, donde el insulto y las actitudes golpistas... ¿se han abierto paso o le hemos abierto paso? No habrá sido el año de nuestras vidas pero ha sido un año de nuestra vida. En Málaga huele a elecciones municipales, el alcalde cumple 80 años y en forma, la ciudad se apresta para competir por la Expo 2027 y los grandes diarios le dedican espacios laudatorios amplios y frecuentes. Viene Google. El metro va a llegar al Centro. La vivienda está carísima. Y así podríamos seguir: enumerando, resumiendo, haciendo balance. Pero la vida sigue. Y siempre con lo mejor por llegar.