La señal

Un culpable perfecto

El vicepresidente primero del Congreso, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, conversa con la diputada de Vox, Patricia Rueda.

El vicepresidente primero del Congreso, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, conversa con la diputada de Vox, Patricia Rueda. / EFE

Vicente Almenara

Vicente Almenara

La verdad es que la Navidad tiene mucha magia. Por ejemplo, los datos del paro, que no es poca cosa hacer aparecer como en activo a los parados, y eso se consigue con los fijos discontinuos, ahí está el truco, y miles de embelesados, con la boca abierta, exclaman al unísono ¡aaahhh!...

Y los Reyes también tienen magia, no se diga que no, porque ya van tres años del Rey Emérito expatriado, aunque los que deberían irse al otro lado del Atlántico sean otros, o ninguno, porque nadie debería abandonar su propio país, excepto los asesinos, que entienden que sí y se esconden allende nuestras fronteras, y de los que hay muchos y bien representados.

Pero, sin duda, lo más emotivo de estas Navidades es la noticia de que el alcalde de Málaga se reunirá con La Invisible para tratar la rehabilitación del edificio. ¡Ay, Dios mío!, qué alegría, por fin tendremos buen rollito y dialogamos y nos damos mimitos, que las elecciones se acercan y no es cosa de mandar a la Policía a sacarlos de una casa que no es suya, no, las casas son de quienes las okupan, como la tierra de quien la trabaja, o eso dicen. Así, ¿cómo va a votar el personal a Daniel Pérez, si este alcalde hace la política del otro? Es el secreto de su éxito, pero lo diré bajito, aunque todo el mundo lo sepa.

Pero aquí no hay nadie más Grande que Marlasca, bueno, la mujer de Fuenlabrada que le administró una dosis letal de lo que se creyó lejía a su marido para «no dejarlo solo». Qué compasiva y misericordiosa, son las cosas de la Navidad.

Hablo de esto y de otros progresos con Carlos Pérez Ariza, ido también fuera de su patria y residente en Miami, pero que vendrá a votar a Málaga en noviembre. Y me advierte el que fuera vicerrector y compañero que Sánchez puede perder las elecciones y gobernar, lo que no es una contradicción, ni muchísimo menos, en realidad, las elecciones las gana quien gobierna, hay que estudiar más teoría del Estado y del poder y menos en libros de autoayuda. Pero lo importante es que no se instalen en España las máquinas de votar, más manipulables por el stablishment que el voto por papeleta personal.

Otra pena, Gómez de Celis, querellado por Vox por quitarle la palabra a Patricia Rueda, que se atrevió a llamar filoetarras a los corifeos de la banda asesina ETA, hasta ahí podríamos llegar. Y habrá que seguirle también la pista al edil de Podemos de Fuente de Piedra, investigado por un presunto delito contra la libertad sexual, porque ha habido un apagón informativo solo explicable por la subida del precio de la luz.

Tampoco están bien las cosas en Humilladero, donde se declara que el agua no es potable. Le tengo que preguntar al histórico Antonio Romero, que allí vive, si se trata de una conspiración de la derecha, porque el alcalde es socialista. No le demos más vueltas, ya no sólo está el burgués explotador de toda la vida, o el señorito, que diría Antonio, sino el varón, blanco, heterosexual y patriarcal, es lo que Pascal Bruckner denomina «un culpable perfecto». El gran proyecto, ya se sabe, es tener a la gente estabulada y que coma el pienso ideológico que se le suministra, aplastando cualquier disidencia que se presente bajo la excusa de la libertad.

Benedicto XVI -te echaré de menos Joseph Aloisius- nos puso en guardia no solo contra el relativismo, sino contra el choque de civilizaciones -que acuñó Huntington-, aunque a algunos no le guste la conversación, unos por ignorancia, los más, otros por maldad, los más altos de Bruselas y Nueva York. Y es que, en estos asuntos, rige la ley de la omertá, si no la de Lynch. Ah, se me olvidaba, mi más sentido pésame a la familia de Nicolás Redondo Urbieta, especialmente a su hijo, que recogió con valentía la antorcha de honestidad de su padre. Luis Rosales lo dibujó así:

Somos hombres, señor, y lo viviente

ya no puede servirnos de semilla;

entre un mar y otro mar no existe

orilla;

la misma voz con que te canto

miente.

La culpa es culpa y oscurece el bien;

sólo queda la nieve blanca y fría,

y andar, andar, andar hasta que un

día

lleguemos, sin saberlo, hasta belén.