Marcaje en corto

Campos de albero para rodillas ensangrentadas

Fran Extremera

Fran Extremera

Tiene la provincia malagueña modernas instalaciones polideportivas, con campos de fútbol dotados de césped artificial o canchas bajo techo de última generación, hasta en municipios de apenas unos cuantos cientos de habitantes. Pero como si de la aldea de Astérix se tratara, aún queda algún reducto donde el albero no ha dejado de momento paso al caucho cubierto de sintético verde.

El Morche posee una de esas reliquias. A pie de playa y junto al colegio donde tuve la suerte de dar mis primeros pasos. Casi idéntico se mantiene desde hace más de medio siglo un reducido terreno de juego donde el albero, cuando no barro si caen más de cuatro gotas, acoge a equipos federados de prácticamente todas las categorías.

Quienes ya veteranos defendimos el escudo del Club Recreativo vimos cómo toda la provincia se iba poblando de nuevas instalaciones de césped, incluyendo localidades axárquicas como Algarrobo, Benamocarra, Benajarafe, Almáchar, Cómpeta o Canillas de Aceituno. Llegó un momento en el que hasta nos obligaron a jugar como locales sobre el césped algarrobeño.

Habíamos perdido nuestro particular fortín, una especie de Vallecas o Ipurúa, justo el campo que el Málaga CF visita el próximo domingo para intentar darle el almuerzo al Eibar. Adaptarte a tu irregular o estrecho rectángulo de juego tenía sus ventajas. A muchos rivales les costaba sobremanera adivinar hacia dónde iba a salir despedido el esférico.

Pero hay que reconocer que de una semana para otra dijimos adiós a las temidas caídas sobre esa especie de cemento armado en el que se convertía la arena con el paso de los minutos. Por no decir el riesgo de lesión que entrañaban los múltiples charcos que ante la falta de drenaje se formaban cuando la lluvia hacía acto de presencia.

De repente ya sólo pisabas el albero para jugar algún amistoso entre semana contra alguno de los equipos federados de superior categoría. O durante las fiestas navideñas, con motivo de un día de convivencia que terminaba con ese arroz fraternal con el que reencontrarte con «viejas glorias» del club o tus vecinos de toda la vida.

Porque has pasado décadas con residencia en Vélez-Málaga o Huelin y los vecinos de tu pueblo siguen siendo tus vecinos. Es lo que tiene tener pueblo. Por mucho que aquel reducido núcleo marinero haya dejado paso a una urbe estival de grandes dimensiones, el vecindario sigue saludándote nada más salir a tomar café o cruzar a la panadería. Da igual que lleves diez meses o cinco años sin cruzarte con alguien. Eres el hijo mayor de Paquito «El Barbero» pase el tiempo que pase.

Con una maldita pandemia que nos ha pasado por encima, alejándonos de tantos seres queridos, familiares o allegados, ayer volvimos a pisar el albero. Y tuve la suerte de volver a reencontrarme con muchos de aquellos compañeros de vestuario. Antonio Castán, Miguel o Antonio Jesús Encinas, Pepe «El Mellizo», Jesús Contreras, Miguel López, Manolo Barranco, Manolo y Antonio Fernando Prados, Jesús, Fernando, Mena, Mike Sildavia, Pablo, Claros o Carlos, por mencionar a algunos de ellos. Arbitraron Javi Serrano y José Luis Ruiz, dirigió la sala VAR desde la cantina Paco Valiente y puso orden, cuando más tensión había, Rafa Núñez.

Esta vez se hicieron dos equipos, con el puente sobre el río Manzano como divisoria y algún que otro «fichaje extracomunitario», y vencimos por la mínima los de la zona occidental (3-2). El resultado era lo de menos, pues aguardaba tercer tiempo con paella gigante, pero a algunos no nos gusta perder ni al futbolín.

Esa intensidad nos llevó a terminar más de una vez por el suelo. Volví a sentir cómo el albero me raspaba las rodillas. Nada que hoy no haya sanado. Lo que sí estoy por no «curar», y dejarlas como piezas de museo, son las medias blancas ensangrentadas.

Suscríbete para seguir leyendo