Tierra de nadie

Una navegación extraña

Juan José Millás

Juan José Millás

El cuerpo se acaba como se acaba una vela, por mera consunción. Cada día se apagan 150.000 cuerpos en todo el mundo. Cuerpos franceses y alemanes y chinos y españoles, cuerpos belgas, cuerpos de Australia o de Nueva Zelanda o de las islas Fiji. «Los muertos se mueren, se acabó, ya no hay remedio», decía Blas de Otero en un célebre verso. Y entonces, ¿qué fue el cuerpo? Para mí, fue un lugar, un sitio en el que pasé la vida, una especie de apartamento, de habitáculo, no sé, un espacio físico en el que se desenvolvieron mis inquietudes morales. Me moví por el cuerpo como por las calles de un pueblo. Viví en distintas partes de él: a temporadas en el corazón; a temporadas, en el cerebro, aunque también en el estómago o en las rodillas. Lo puse al día de vez en cuando del mismo modo que cambié los muebles de la cocina o que pinté el pasillo. Lo cuidé y lo descuidé. Me preocupaba yo por él más que él por mí. Por él dejé de fumar y de beber en exceso y de abusar de las comidas mexicanas.

Él hizo cosas por mí, seamos justos. Gracias a sus piernas pude dar grandes paseos, los doy aún, pues es uno de mis placeres favoritos. Gracias a su olfato, conservo aún en la memoria el olor de la leche materna, así como el del dormitorio de mi infancia. Gracias a su paladar, recuerdo sabores remotos como los de los jugos de la vagina de mi madre cuando me dio a luz. Dicen los médicos que a lo largo de ese tránsito, el bebé se traga un combinado de bacterias muy necesarias para la construcción del microbioma. A veces, cuando voy por un pasillo muy estrecho, me llega un olor a mar, a algas, que quiero imaginar que es a lo que huele el útero.

Vamos a ver: sé que al cuerpo no le sobrevive nada: ni el yo, ni la conciencia, ni la memoria, ni el deseo, y afirmo sin embargo que el cuerpo ha sido (lo es todavía) un lugar en el que el yo, la conciencia, el deseo y la memoria tuvieron lugar. No son, en otras palabras, independientes. Sé que soy mi cuerpo, pero siento a la vez que vivo en un cuerpo. Esta contradicción entre ser y estar me desvela a veces porque tensiona todo mi sistema nervioso. Pero me tomo un ansiolítico y me duermo, o se duerme más bien mi cuerpo mientras mi yo navega por las regiones extrañas del sueño.

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