Notas de domingo

Sueños millonarios

Jose María de Loma

Jose María de Loma

Lunes. El gran lunes. Tal vez la madre de todos los lunes. La cuesta de enero. Hay que combatir el muermo, salir de la cama, conquistar la calle y caminar con buen ritmo, tonificarse, inspirar. O quedarse en la cama a salvo de todo y de todos. Suena el teléfono, el mundo se reactiva. El reloj avanza. El edredón es un estado de ánimo. El edredón es un arma cargada de futuro. Se habla poco del edredón. Nota mental: dedicarle una columna un día de estos al edredón. La mañana terminará siendo gozosamente improductiva, culposa, irresponsable, con la rutina sin engrasar. Una caña con un par de ostras en el Mercado de Atarazanas, rozando la hora del almuerzo, alivian una desazón que quizás ni tengo. Por la tarde escribo mi columna, trabajo, termino un texto sobre Georg Gänswein, el fiel secretario de Benedicto XVI, que saca libro, para la contraportada de El Periódico de España. Es una longitud de texto que he practicado poco. Por eso estimula. Mezclo el género crónica con el perfil. No sé cuál es la frontera entre corregir y magrear un texto, sobarlo, retocarlo demasiado. Avanzo en la lectura de Santander 1936, de Álvaro Pombo. De madrugada, la serie de Borja Cobeaga que protagoniza Juan Diego Botto, ‘No me gusta conducir’. Sergio del Molino le hizo el otro día en El País una crítica super elogiosa. Me río. Sobre todo con un secundario. No es menor el atractivo de que sean capítulos cortos. Noticia: duermo de un tirón.

Martes. Arcadi Espada funda un podcast. Será semanal y empieza ya mismo. Dice: «Cuando uno empieza a pensar en el lector, ya está cediendo soberanía. Si piensas en la audiencia, en las compensaciones, en el equilibrio, en que si vas a molestar lo mejor que puedes hacer es dedicarte a la religión, a alguna cosa donde las ofensas estén perfectamente pautadas». No sabe uno si decir amén o aprender la frase de memoria como si fuera una oración. O en realidad lo que no sabe uno es si hacerle caso. Todas estas cuestiones se me alojan en el cerebro y para aliviarme de la metafísica del oficio escribo una columna sobre el gazpachuelo que resulta ser muy leída y muy comentada. Parece que sí, entonces, que el lector está ahí. Si se le sirve algo suculento. Leo a Pío Baroja.

Miércoles. Es entrar en una red social y ser asaltado por anuncios de dietas, de métodos para tener un abdomen plano, de aplicaciones milagro que te harán estar en forma. Anuncios sobre ayunos intermitentes. No hay ninguna publi sobre cómo ejercitar el cerebro, que tal vez se ejercitaría saliendo de las tales redes un rato. Mi cafetera sigue sin funcionar bien. Yo creo que no consigo domesticarla pero que ella hace todo lo posible por ser díscola para salir en estas notas de domingo escritas en este momento de madrugada. Me miro el vientre. Enciendo la tele y me sale un anuncio de aparatos de gimnasia. A mí, que ahora iba a asaltar la nevera.

Jueves. Verum es uno de los mejores sitios para comer carne en Málaga. Pero esta vez me equivoco. Quién me mandará a mí salirme del solomillo de ternera. Antes, tortilla al estilo Betanzos y espárragos plancha. Saludo a un exfutbolista, compañero de colegio que fue. Hay en el salón una señora dando toda una lección de cómo se protesta en un restaurante por desagrado con la mesa asignada. Una vez conseguido su objetivo, se sienta y con una elegancia grácil pide vino. Imagino los diálogos de su mesa, cuatro personas, fantaseo con escribir una obrita teatral así, ambientada en un restaurante, con los personajes planeando un crimen. Si me dieran diez céntimos por cada proyecto incumplido sería millonario.

Viernes. Nadie puede decir tedio impunemente.

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