EN AQUEL TIEMPO

Un año imprevisible

Ni pensamos ni construimos. Arreglos incendiarios, sí, pero soluciones consistentes nada de nada

Felipe VI y Cándido Conde-Pumpido.

Felipe VI y Cándido Conde-Pumpido. / EFE

Norberto Alcover

Con la memoria inquietante de las democracias en peligro y el conflicto de Ucrania sin vías de solución, y mientras los españoles nos enfrentamos a un año electoral abrumador, con las espadas en alto de todos los grupos políticos en función de sus dispares pretensiones, resulta que nada de todo esto nos evite la urgencia de ir hacia las entrañas de cuanto nos sucede, más allá y antes de polémicas concretas. Y el núcleo de todos nuestros males y esperanzas radica en la relación entre cultura e ideología, o mejor, al revés, entre ideología y cultura. Dos territorios poco visitados por quienes tienen en sus manos nuestro futuro. Metámonos a fondo en tales territorios.

Aunque parezca mentira en un pueblo como el nuestro, con una historia fecunda en sus pensamientos y en sus deseos, en este momento carecemos casi en absoluto de ideologías consistentes y definitorias de nuestro futuro. En general, los llamados partidos políticos que dominan la situación para nada nos regalan «constructos ideológicos», es decir, conjuntos de ideas capaces de organizar la vida presente y futura de nuestra sociedad. Por supuesto que se aducen intereses económicos, casi algunos principios éticos, e incluso especulaciones nada menos que territoriales, pero nadie nos ofrece una visión conceptual de la realidad, de forma que no sepamos a ciencia cierta hacia dónde nos dirigimos. Leyes conseguidas tras casi nulos enfrentamientos conceptuales y despreciados los que pretenden apostar algún criterio, como sea el Consejo de Estado, entre otros, tales legislaciones resultan de una coalición cuya confluencia teórica y práctica parece desmoronarse en cada debate parlamentario. De tal manera que, solamente la voluntad presidencia consigue ahondar posiciones completamente diferentes. Sin ideología evidente, caminamos a golpe de votación parlamentaria en un aplauso desmedido de quienes consiguen llevarse el gato al agua en este maremagnum de insultos y maledicencias. Nada nos vertebra salvo el deseo del poder. Evidentemente para cambiar este país y propugnar otro diferente sin ideas sustantivas pero con transformaciones concretas llamativas. Legislamos en el vacío.

Pero lo peor es que sin ideología se hace muy difícil que brote una cultura solvente y sólida, siendo la cultura solvente y sólida, siendo la cultura el cultivo humano de la realidad. ¿Qué vamos a cultivar si carecemos de principios desde los que llevar a cabo tal cultivo? Inventamos respuestas cada amanecer, cada quien disputa su terreno con el adversario/enemigo, acabamos hartos de cultivos sin fundamento, y de esta manera, en casi todas nuestras votaciones parlamentarias, se imponen esas determinaciones crueles de los partidos pero casi nunca la praxis ética y moral de los ciudadanos, de tal manera que la cultura resulta desvaída, pobre y raquítica. Sin ideología, insistimos, no es posible una cultura sobre la cual elevemos el edificio austero de una realidad inminente. Ni pensamos ni construimos. Arreglos incendiarios, sí, pero soluciones consistentes nada de nada. De tal manera que nuestros grandes referentes no son los ensayistas, antes bien las jóvenes novelistas que invaden el mercado animándonos con sus experiencias límites. Vale la pena pensárselo muy despacio.

Todo lo anterior presiona las posibilidades de nuestro futuro, pero al respecto, me atrevo a decir que lo que me interesa más en este momento es ese misterioso enigma que se llama Sumar, patrocinado por Yolanda Díaz. Su verificación puede cambiar todo el espectro de nuestra izquierda, tal vez obligándola a redefinirse precisamente para enfrentarse a la novedad que pretende Sumar. Una reformulación que afectará en profundidad al socialismo vaciado del presidente y no menos a los radicales podemitas, que temen ser tragados violentamente por el nuevo organigrama. Nuestra izquierda, en este momento, en la línea de lo escrito, carece de ideología y practica una cultura oportunista. En frente, la serenidad un tanto frágil de los nuevos populares, cuyo futuro depende en gran parte de ofrecer una visión de la sociedad que no dependa de la derecha radical, siempre ninguneada pero siempre aclamada por un sector un tanto nostálgico de españoles. Con todo esto, no le es nada fácil a la Iglesia Católica relacionarse, con que, de atreverse, podría ofrecer una ideología sólida y una cultura secular de correlativos permanentes. Pero tendría que arriesgar, y nunca es fácil arriesgar en tiempos turbulentos.

Durante las vacaciones navideñas, me he querido pertrechar en ideología y en cultura, con tras volúmenes a los que suelo recurrir en mis desolaciones: El humanismo socialista, de Erich From, Un nuevo paradigma, de Alain Touraine, y en fin, un clásico necesario, La alternativa cristiana, del maestro José María Castillo. Y siempre también, Moby Dick, de Herman Melville. Cuatro antídotos contra los posibles naufragios del porvenir. Un año imprevisible.

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