MIRANDO AL ABISMO

Cambiar de opinión

María Gaitán

María Gaitán

Parece obvio señalar a estas alturas que a medida que nuestras experiencias vitales van aumentando, nuestras ideas, opiniones y posiciones ideológicas van cambiando. Esto es así porque, como dijo el gran filósofo de la Ilustración, Immauel Kant, «todo nuestro conocimiento proviene de la experiencia». Es posible que, de alguna forma, siempre lo supiéramos y por eso nuestro refranero contenga ejemplos de esta forma de entender el conocimiento como «más sabe el diablo por viejo que por diablo» o «la experiencia es un grado».

Además, a día de hoy, somos la única especie animal que es capaz de compartir sus experiencias con otros miembros de la especie. Esto nos ha permitido avanzar como sociedad y construir relaciones fuertes entre los miembros de nuestra comunidad y no cometer los errores que cometieron los que vinieron antes.

Claramente, cuando hablamos de ese «antes» nos estamos remitiendo a la figura del contrato social. El contrato social es, definido de una forma un poco coloquial, «un acuerdo al que llegan los miembros de una sociedad para que no se imponga la ley del más fuerte y todos tengan las mismas oportunidades y derechos». Sobre este tema han hablado numerosos filósofos y algunos de ellos, como es el caso de Rawls, nos dan su versión de cómo debió ser el contrato social original.

Todo esto me ronda la mente en estos días porque creo que aunque a nivel social hayamos podido llegar a acuerdos, gracias a los cuales se fundamenta la sociedad, a nivel individual somos como el barco de Teseo. Hay una antigua paradoja filosófica, la paradoja de Teseo, que se pregunta si al reemplazar todas las piezas de un objeto este sigue siendo el mismo o no.

Parece obvio que los seres humanos no somos, del todo, un objeto, pero me pregunto a menudo qué queda de quienes fuimos, ya que como decía Heráclito «el cambio es lo único constante». No sé si basta con recordar, no estoy segura de que la memoria sea lo que nos mantiene, en cierto modo, inalterables al cambio.

Además, tampoco entiendo qué habría de malo si con el paso del tiempo no quedará nada de lo que éramos, dejando al margen los recuerdos. El cambio es el motor del mundo, el cambio puede entenderse como una expresión de la libertad individual. El cambio es lo que hace avanzar a la Ciencia, a la Música y, ahora barro un poco para casa, a la Filosofía.

El cambio está presente en nuestros gustos y aficiones, el cambio es sinónimo de no aferrarse a nada, de no hacer algo porque «siempre se ha hecho así». Seguiré instando a mis alumnos a replantearse el porqué de las cosas, a cuestionar la autoridad y el sistema, porque el cambio es otra forma más de rebeldía.

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