Notas de domingo

Gire en la próxima

Nikki García, antes de la gala de la Costa del Sol en Fitur.

Nikki García, antes de la gala de la Costa del Sol en Fitur. / Álex Zea

Jose María de Loma

Jose María de Loma

Lunes. Bebo un zumo, examino nubes, participo en un programa de radio y desnudo al lunes para dejarlo al borde de la alegría. Camino cinco mil pasos, leo los periódicos, tertulia en el café. Escribo una columna y la tarde tienta mi indiferencia. No me libro de las obligaciones de padre. Cerveza sin alcohol. Llega el frío de verdad, a buenas horas. Tendría que comprarme un abrigo, llevar el coche a la ITV y hacer ya de una vez esa gestión en el banco. Posponer es vivir. Las pequeñas obligaciones son como molestos insectos que se unen y le rondan a uno en grupo zumbando por la cabeza, quitando paz y sosiego, restando alegría, chupando indiferencia. Nada como dormir y olvidar.

Martes. Si escribes mucho de Fitur se te pone prosa de folleto.

Miércoles. No hay una sola nube en Sevilla. El día es frío pero soleado y la ciudad se me ofrece desde el taxi pacífica, medio dormida, indecisa. Paso por bellos edificios que fueron pabellones de la Expo de 1929. El trasnoche inopinado me pasa factura. La pago. Me dan café y agua al llegar al plató y lo agradezco como náufrago al que se le ofrece calor al fin. León Gross entrevista a NiKki García, la voz de Google Maps, que ha protagonizado un spot de la Costa del Sol. Me sugiere por señas hacerle alguna pregunta pero estoy tan impresionado que apenas balbuceo una cosa. Suficiente para que oiga mi voz y diga algo y así yo ya pueda afirmar toda la vida cuando oiga un GPS, «yo he hablado con ella». Al terminar el programa me digo: en la próxima rotonda, gire a la izquierda hacia la estación.

Almuerzo en Bormujos, en una zona que tiene esa inquietante paz de los extrarradios. Hace día de solomillo con muchas patatas. En el tren de vuelta voy tecleando, trabajando. Un señor me ofrece palomitas. Me da por pensar que podría preparar de cena una tortilla de berberechos de lata. De madrugada, me engolfo con ‘La columna’, de Adrien Bosc (Tusquets), donde se narra en 150 paginas la aventura de 45 días de la pensadora Simón Weil a principios de la Guerra Civil, enrolada en la legendaria columna Durruti.

Jueves. Exterior día. Nos dice el encargado, con toda la mar enfrente, escapada como de un poema de Gil de Biedma, que por qué hablamos a voces de mesa a mesa y mejor no nos unimos en una. José Manuel Gil de Gálvez, músico, erudito, hombre cordial y admirado se nos acerca junto a Marina y compartimos un gin, varios recuerdos, sucedidos de un viaje a Barcelona y aventuras de amigos comunes, como el gran Domi del Postigo. Nuestros hijos juegan en la arena. A veces las cosas suceden un día pero es otro cuando vuelven a la mente y a la pluma, al folio, a la inspiración y al dietario. El encuentro fue fortuito, como tantas cosas buenas, y musicales, de la vida.

Viernes. Las memorias de Pío Baroja, ahora que se cumplen 150 años de su nacimiento, se reeditan. Francisco R. Pastoriza le hace en este periódico una reseña incitante. Las comienzo a leer. Agudas disquisiciones sobre lo vasco, digresiones, alguna leche a Unamuno y a sus novelas. No termina de entrar en materia pero su prosa va enganchando. La vida propia como novela en marcha. Un poco de grafomanía tal vez. No sé cómo me sentaría una boina, pero leyendo a Baroja sé por qué algunos que nunca se la han quitado no son capaces de sentirlo como suyo. Lo que sí sé cómo me sienta es una caña en El yerno, mercado de Atarazanas, donde los boquerones saben siempre a sábado. Cómo era aquello de Churchill sobre la siesta.

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