A reglón seguido

Populismos

La relación que los populismos mantienen con el ámbito mediático no es nueva, pero amplificada por las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación

Trump y Putin

Trump y Putin / Antonio Papell

Como puede apreciarse en el panorama político actual, el populismo ha ido ganando terreno en las democracias occidentales gracias a un determinado discurso que ha ido calando en la sociedad y que ha favorecido su expansión, sobre todo, en contextos de crisis política y económica. Este ascenso ha sido paralelo a la crisis por la que también atraviesa el sistema democrático y, paradójicamente, al desarrollo de los nuevos medios en una sociedad supuestamente informada. La relación que los populismos mantienen con el ámbito mediático no es nueva, pero amplificada por las nuevas tecnologías de la información y de la comunicación, y especialmente por las redes sociales, ha conseguido en la actualidad traspasar las barreras que la comunicación tradicional poseía, y convertir en global un fenómeno que antaño era sobre todo local o nacional.

Se trata, en todo caso, de un fenómeno complejo en el que convergen factores de diferente naturaleza, y cuyo análisis merece siempre una atención detenida. A propósito de esta complejidad, de la dificultad de su enfoque, y del impacto mediático de los populismos, recientemente el profesor italiano Mauro Barberis ha destacado, entre otros, tres aspectos principales que habría que tener en cuenta a la hora de reconocer a los populismos, y que me parecen oportunos destacar aquí. Barberis sostiene, en primer lugar, que los populismos históricos poco tienen que ver con los populismos de hoy, que “son un fenómeno global y esencialmente mediático”. En segundo lugar, que la crisis sistémica de la democracia actual sobre la que inciden los populismos se remonta a los años de la Primera Guerra Mundial, con la crisis de los sistemas parlamentarios, y más recientemente al Brexit y a la victoria de Donald Trump en Estados Unidos; situando, de este modo, el ascenso de los populismos en coyunturas de gran conflictividad social y cambio, y de efervescencia mediática. Y un tercer aspecto que conviene señalar, es que los populismos son confundidos con frecuencia con una determinada doctrina o ideología, cuando el populismo es, sobre todo, -escribe Barberis- un estilo político, “un repertorio de técnicas de movilización sin pretensiones de coherencia doctrinal, pero terriblemente eficaz en los medios de cada época”.

Este último aspecto, junto a otros no menos importantes que este mismo autor señala en su artículo titulado “Populismo mediático. Definición, explicación, remedios”, publicado en la revista Doxa, nos permite reparar rápidamente en la confusión extendida en los medios de comunicación, y entre algunos analistas y expertos, de que los populismos no se corresponden necesariamente con una opción política concreta, ya sea de derechas o de izquierdas, sino con una forma de hacer política, basada en la desinformación y en la propaganda, que usa a los ciudadanos en beneficio de unos intereses ajenos y generalmente ocultos. Y, en este sentido, la práctica populista puede darse en partidos de orientación política muy diferente que practiquen una especie del todo para el pueblo pero sin el pueblo, resucitado del viejo despotismo ilustrado. De ahí que los partidos verdaderamente democráticos deban vigilar porque este tipo de prácticas no se reproduzcan en ellos. Y velen por el cumplimiento de los principios y de los valores que han de regir en toda democracia, desenmascarando al mismo tiempo a aquellos partidos que hacen del populismo la mejor manera de ocultar su comportamiento antidemocrático.

Barberis acierta, en mi opinión, en estos primeros planteamientos, y coloca en el centro del debate la complejidad del fenómeno, para decirnos que más allá del análisis del discurso político-mediático hay que afrontar el análisis empírico y normativo de los problemas, de las situaciones y de los hechos que conforman la praxis populista, y por supuesto abordar su análisis histórico. Otros autores han profundizado en todas estas cuestiones que, afortunadamente, despiertan un gran interés en la comunidad académica y científica (Laclau, De la Torre, Pappas, etc.); y que, como Barberis, tratan de aclarar las claves del comportamiento político de los partidos en el actual contexto de crisis democrática internacional. Una tarea difícil por su complejidad pero tan necesaria. Precisamente, los medios de comunicación por su función orientadora pueden desempeñar un papel muy importante en la revitalización de la democracia, alertando sobre los peligros que la acechan.

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