El contrapunto

La felicidad

Ginebra.

Ginebra. / Rafael de la Fuente

Rafael de la Fuente

Rafael de la Fuente

En mi querida Ginebra, en la ciudad antigua, cerca del ayuntamiento (edificio que no tiene allí las connotaciones a veces inquietantes que pueden ostentar algunos de sus hermanos) encontramos una importante placa conmemorativa. Que nos recuerda que en el número 8 de la Grand’ Rue vivió el gran Jorge Luis Borges. Me he permitido traducir del francés estas palabras del maestro porteño, las mismas que aparecen en la lápida: «De todas las ciudades del mundo, de todas las íntimas patrias que un nombre intenta merecer a través de sus viajes, es Ginebra la más propicia para la felicidad».

Patrias secretas, por eso forzosamente íntimas, que desearíamos merecer, como compensación de malos momentos, reales o imaginados, en una búsqueda que no siempre es inútil. Patrias inesperadas e insospechadas. Como la que una vez me encontré en una calleja del luminoso pueblo blanco y azul de Sidi Bou Said, no lejos de la ciudad de Túnez.

Buscaba una casa. Estaba ésta al final de una cuesta escalonada que subía hasta lo más alto del lugar. Allí fue donde en 1914 Paul Klee pudo descubrir la luz pura y total del norte de África. Además de una nueva dimensión donde los colores centelleaban, ya liberados de las formas. La casa tenía forma de cubo. Dos plantas y una terraza. Las ventanas y un hermoso cierro de celosías estaban pintados en un azul que se sometía humildemente al color cobalto del cielo. Desde el alminar de la mezquita de Sidi Bou Said, rodeada por un ejército de punzantes pitas mexicanas, el muecín entonaba su llamada. ‘Allahu Akbar’. Dios es grande. Tenía un espléndido vozarrón en el que se deleitaban los altavoces.

En Cagliari, la capital de la isla de Cerdeña, hasta los desconchones de las casas más humildes del barrio del Castello tienen elegantes tonalidades de color pastel. Las antiguas murallas que mandó construir la Corona de Aragón aún conservan dos torres inverosímiles, por su altura y por su solidez: la de san Pancracio y la del Elefante. Custodian aquellas defensas el barrio alto, donde en 1955 la Asociación de Amigos de los Libros de Cagliari mandó colocar en lugar señalado una lápida conmemorativa, en honor del que en 1573 fuera un docto y aguerrido soldado español: Michele Cervantes, miembro de la expedición hispánica contra Túnez. En la lápida se recuerda con respeto y admiración su paso por el Mar Cagliaritano en septiembre de aquel año.

Medio siglo después de aquella singladura y no lejos de allí, otro español ilustre, el eminente arzobispo don Francisco María de Esquivel comenzaba la espera del día de la resurrección de la carne (‘Expecto donec venia imutatio mea’). Dentro de su prodigioso catafalco de mármol en la cripta de la catedral. El escultor cinceló la boca y la barbilla del poderoso príncipe de la Iglesia, Arzobispo de Cagliari y Primado de Cerdeña y de Córcega, a sabiendas de que cierta altanería era inevitable en la forma en la que el yacente parecía observar a los visitantes y curiosos que descendían a la cripta.

Al salir con mi mujer a la plaza, vimos que los nubarrones cargados de lluvia habían desaparecido. Subiendo en dirección a la Via Martini, se encuentra el viandante un local en ese estilo que hoy llamamos minimalista. Una joven con perfil de inquilina de un mural egipcio nos ofreció una cerveza mexicana. Con sal y limón. A través de unos cartelones los vecinos se quejaban del deterioro y el abandono que sufría el barrio. Y ya en el Largo Carlo Felice, en el Cagliari más suntuoso, la página de portada de «L’Unione Sarda» nos anunciaba que un conocido jurista de la ciudad había sido abatido a tiros en la puerta de su residencia. Malos tiempos. Aún así, Cagliari, como Ginebra o Sidi Bou Said, o aquellos altivos torreones que la Corona de Aragón levantó en las almenadas defensas de la capital sarda, también son éstos lugares propicios. Para encontrar en ellos las huellas de la felicidad. La que nos dan las sombras, las luces y los inesperados ecos lejanos que nos llegan a través de tantos lugares. Desde nuestra España. Aparte de emocionantes, éstos pueden ser persistentes y elusivos al mismo tiempo. Y por ello, tan difíciles de aprehender.