Viento fresco

Caminantes de madrugada

Dos personas pasean en una jornada de mucho frío en Aragón.

Dos personas pasean en una jornada de mucho frío en Aragón. / Antonio Garcia

Jose María de Loma

Jose María de Loma

Hay una extraña, quizás entrañable, complicidad entre los caminantes de la madrugada. Con el día sin arrancar, las calles en penumbra, los adjetivos cocinándose, sin café en el cuerpo y con el termómetro borde, los escasos viandantes por la ciudad se cruzan y se dedican miradas de solidaridad. Se han documentado hasta casos de intercambio de «buenos días» entre desconocidos. El botarate que corre, el veterano que anda rápido, el ejecutivo que se dirige a la estación, la joven que espera un taxi para ir al aeropuerto, el que viene fumando con tambalear firme, procedente tal vez de un garito o un antro; el anciano de paso vivo al que quizás el sueño haya abandonado para siempre. Es una tribu rara. La de los combatientes en la batalla del colesterol es menos madrugadora y con más querencia a los paseos marítimos y al chándal. La tribu de los paseantes ociosos es también otra, más tendente a mañanear ya a partir de las ocho o nueve, con el día asentado y claridad plena. Exhiben más cara de haber desayunado y si tienes algún conocido entre ellos con el que te topas es posible que te explique que van a arreglar un papel. Se nos pasa la vida arreglando papeles o con gente que nos explica que está arreglando papeles. La tribu de los caminantes vespertinos es más variopinta y ahí se mezclan churros con andadores, madres que pastorean a sus hijos hacia las más diversas actividades, paseantes, oficinistas, tabernarios y todo tipo de gente que se traslada de un lugar a otro con los más diversos afanes: encontrar trabajo, añadir pasos al podómetro, hallar la cafetería en la que se ha quedado con el ligue, acudir al médico, visitar escaparates o comprar pasteles para llevar a casa ajena, que la gente es muy de presentarse de súbito en un un domicilio sin llevar un triste milhoja o una frasca de vino. Hay una entrañable solidaridad sí, entre caminantes de la madrugada, miradas que inciden en el usted también ha tenido que dejar la cama con este frío. No son los del ya famoso club de las 5.30 de la mañana, esos que han decidido ganar por sistema una hora a la jornada, no. Son los ocasionales. Los que van presos de un imprevisto, sorprendidos por la vida, impelido por una obligación inusualmente tempranera. Apenas se ven entre elllos, forrados hasta las cejas para combatir la temperatura. Pero saben que no están solos. Que a hora incierta, hasta con los gatos durmiendo, recibirán la solidaridad de otros madrugadores de ocasión. Yo a veces los imagino. Desde la cama. Como tal vez hizo Onetti, ilustre camastrón, que pasó los últimos años de su vida en el lecho. Cuando le preguntaron qué que significaba para él el Premio Cervantes contestó: diez millones de pesetas. Y sin madrugar. Creó un mundo propio. Por las tardes.

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