Al azar

Que viene el coco Puigdemont

Pedro Sánchez no sería presidente del Gobierno sin Puigdemont, y el socialista tiene al menos la gallardía de agradecerlo

Carles Puigdemont.

Carles Puigdemont.

Matías Vallés

Matías Vallés

España vive hacia atrás, por eso no efectúa aportaciones de calado en las ciencias de vanguardia. El mérito de la ultraderecha consiste en rescatar miedos atávicos, en reactivar la Nostalgia Interior Bruta. No opone soluciones descabelladas pero patrióticas a la crisis de la vivienda ni a la subida de precios. Se encela en el franquismo, el separatismo y demás vicios de siglos enterrados. En medio de la retrospectiva, reaparece el dúo cómico del juez Llarena y el president Puigdemont, que tantas tardes de gloria ha suministrado a los amigos de desangrarse por heridas cerradas. Equivalen a Harvey Keitel y Keith Carradine en ‘Los duelistas’, toda una vida enfrentándose por los campos de batalla europeos en embates sucesivos, aunque la dramatización de Ridley Scott tenía más gracia. La enésima secuela del duelo no apasiona por su rabiosa actualidad, sino por su cólera envasada.

La trasnochada confrontación autoriza a excavar en su génesis. Por ejemplo, Pedro Sánchez no sería presidente del Gobierno sin Puigdemont, y el socialista tiene al menos la gallardía de agradecerlo, por mucho que los analistas desorientados aseguren ahora que el PSOE perderá el poder por el mismo motivo. Es más doloroso para la derecha recordar que Aznar solo llegó a La Moncloa gracias a los predecesores del president, que el icono de la derecha sin complejos concedió a la Generalitat esas prebendas que el PP considera inasumibles, o que el independentista condenado Artur Mas votó religiosamente la reforma laboral de Rajoy.

El éxito de la reedición de Que viene el coco Puigdemont equivale a la trepidación que un siglo después sigue provocando Mickey Mouse. Encarcelar a la Pimpinela Escarlata de un independentismo catalán muerto de aburrimiento ni siquiera funciona como revancha. Durante décadas, estas trifulcas sin un solo muerto se zanjaban con unas buenas elecciones. Sin embargo, el gran éxito de la ultraderecha consiste en haber desacreditado los comicios. No solo se consideran irrelevantes, sino más condenatorios del campeón que del derrotado. Y ahí sigue el país, mirando hacia atrás con ira.

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