725 PALABRAS

Panta Rei

Juan Antonio Martín

Juan Antonio Martín

Cuando salí a la calle eran horas solo propias de gente maleducada, como yo. El frío me mantenía congeladas las entendederas cuando reparé en que Platón se me había incrustado en el cerebro. Había embutido sus posaderas repartidas entre mis dos hemisferios y ahí andaba el maestro, amaestrando, que es gerundio. Inmediatamente me inquieté porque mi experiencia dice que cuando Platón muerde no suelta a su presa, particularmente entre la gente más platónica. Desde que los lecheros de antaño fueron reemplazados ad æternum por Mercadona, nada es igual en el camino de salida de casa. Distinto y más propio de la gente de bien es volver a casa a esas deshoras. De hecho, justo antes de tomar consciencia de que Platón me habitaba, presencié como un señor de respetable edad y porte, emulando descubrirse de su elegante sombrero, saludaba cortésmente a un naranjo:

–Buenos días nos dé Dios, buen hombre. Que el día le sea nutricio... –evidentemente, el naranjo no le respondió y yo, por si acaso, tampoco.

Aquel día, Platón a esas deshoras se empeñaba en hablarme de la «imposibilidad universal de bañarnos dos veces en el mismo río» mientras me explicaba a Heráclito y su teoría del flujo universal que daba a luz a su legado mediante «Todo fluye, nada permanece» (π μ). Para mí el griego, me refiero al idioma, es incompatible con el frío. Demasiados acentos y más acentos en todas las palabras, y, para más inri, acentos tonales en lugar de intensivos, como los nuestros. Alguna vez deduje que para hablar griego como corresponde, quizá sería conveniente hacer un grado en música antes.

La tempranera sesión platonizante dio sus frutos a lo largo del día. La jornada, íntegramente, se convirtió en una verificación del aforismo, así, en el panorama político, ese que todo lo puede para desvirtuar la realidad, los rojos, los más rojos y los azules y más azules siguieron demostrando minuto a minuto con impostada suficiencia que ellos sí que pueden bañarse dos veces en el mismo río. Y hasta infinitas veces en opinión de algunos de ellos, porque en su fuero interno interpretan que el río les pertenece.

Las aguas del río político desembocan en un mar muerto que antes de los desmanes cotidianos era un mar enamoradizo, zangolotino y vivaracho. Durante los últimos muchos años, los sucesivos planes de recuperación, renovación, reposición, modernización, remozamiento, regeneración y bla, bla, bla... de los sectores productivos, por lo general, han respondido a bienintencionados cantos de cisnes torpes que pretendían enamorar y preñar a las inocentes sirenas que los votaron para que siguieran votándolos per saecula saeculorum. Por cierto, ¿cómo será el procedimiento para embarazar a una sirena? ¿Jo, y el de parir ella...?

El encuentro mañanero con Platón dio para tanto en su desarrollo que hasta tuve la extravagante oportunidad de poner en tela de juicio la verdad más universal de Platón expresada mediante el «todo fluye, nada permanece» por confrontación con la verdad gatopardista menos universal que afirma «cambiémoslo todo para que nada cambie». La verdad, reconozco que llevar al mismo plano al Príncipe de Lampedusa y a Platón es una solemne irreverencia, aunque a pesar de ello sea el retrato fiel del ejercicio político en toda su dimensión.

–Chicos, desprestigiáis al maestro –les diría Aristóteles a los políticos que viven de serlo a tenor del actual percal del asunto.

Y tanto que lo desprestigian y lo desprestigiarán mientras que los humanos que pretendan vivir de la política no se vacunen cada mes y medio, como mínimo, contra el síndrome de la infalibilidad, contra el síndrome de la autosuficiencia, contra el síndrome de la verticalidad, contra el síndrome del poder y contra el síndrome de la impunidad, porque es costumbre de reyes.

Históricamente me ha apenado el lampedusismo en todas sus formas, pero de manera muy especial me ha frustrado hasta la ira la pifia política y moral que representa la mal denominada y descerebrada «ley del solo sí es sí», que ya contabiliza más de trescientos casos de imperdonable perdón o reducción de pena a la delincuencia más execrable de todo el código penal.

Con máxima prisa y sin pausa el Gobierno de España debe demostrar que nada permanece, sino que todo fluye y que, en este caso, el flujo y el influjo cambien la más indeseable de las leyes de los últimos tiempos.

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