De buena tinta

Libros que cambian la vida

Pedro J. Marín Galiano

Pedro J. Marín Galiano

Hace aproximadamente quince años, me encontraba paseando junto a mi esposa y un buen amigo por la Urbs Aeterna, cuando, más o menos a orillas de la plaza de San Pedro, y no recuerdo a santo de qué, me recomendaron un libro.

Ni su título ni la mención superficial que de los contenidos suele aparecer en la contraportada hubieran llamado mi atención desde los anaqueles de cualquier librería, ni tampoco las referencias del autor a quien, por aquel entonces, yo tampoco conocía.

Sin embargo, me insistieron. Y tal insistencia, unida a la complicidad que siempre he compartido con la persona que tuvo la clarividencia de saber recomendarme aquel texto, quebraron el inevitable prejuicio que la temática y el título bien pudieran haber generado en mí de haberme topado con la obra en solitario y sin referencias. Aquel dejarme llevar, aquel dejarme aconsejar, fueron, pues, una sencilla cuestión de confianza. Y es que, en ocasiones, hay fronteras que, aún sin parecernos demasiado sugerentes, resulta beneficioso traspasar desde la fe con la que, a ojos cerrados, dotamos a aquellos que sabemos que nos quieren. No en vano, hace ya muchos años que tiré el individualismo a la basura y, hoy por hoy, tengo más que clara aquella gran verdad de «caminando solo, llegarás deprisa; caminando acompañado, llegarás más lejos».

A vuelta de Roma, me hice con un ejemplar del libro y fue simplemente hojeando las primeras páginas cuando todas mis previsiones terminaron por quebrarse. Les estoy hablando de un libro que, sin entrar para nada en contenidos, ni tampoco más allá de lo que pueda mostrarnos desde el estante, resulta, como poco, peculiar y nada común. Tengan en cuenta, como les digo, que los libros pueden parecernos buenos o malos, lentos o rápidos, amenos, pesados, divertidos… Pero rara vez nos encontramos con un libro al que calificamos de peculiar.

Aquel tomo dio un giro de profundidad a los convencionalismos de mi espiritualidad interior, aportó seriedad y consistencia a muchas de las verdades en las que uno cree mientras las sostiene entre alfileres, pero, sobre todo, cambió de sitio mis conceptos acerca de lo principal, lo secundario y lo accesorio.

Bien es verdad que aquel libro me lo hubieran podido vender a mí desde una perspectiva diferente a la que lo hizo llegar a mi mano y, probablemente, desde ese prisma, puede que también me hubiera hecho con él, pero lo cierto es que no me lo vendieron desde el prejuicio desdibujado del desconocimiento, sino desde la seriedad que encierra, y aquello me hizo bien. Incluso mi esposa, que no es sospechosa de leerse cualquier cosa, afirmó la contundente pedagogía de ciertos párrafos que yo le leía en determinados momentos desde el anonimato de la referencia.

Sin duda alguna, fue gracias a aquel libro por lo que mi última novela alcanzó las cotas de seriedad y documentación que consideré precisas para que me decidiera a proponer su publicación y mostrarla al mundo. Fue a cuenta de mi novela, precisamente en fase de corrección, que me atreví a escribir un correo electrónico al autor de aquel libro para preguntarle acerca de algunas cuestiones, pero el aviso de su página web alertando sobre la cantidad de comunicaciones que recibe a diario y la imposibilidad de atenderlas todas me justificaron el silencio.

En cualquier caso, quepa, particularmente, decir que aquel libro tuvo su parte de culpa (no digo toda, pero sí una parte) en que yo siguiera caminando por uno de los grandes tramos vitales que, tras un largo proceso formativo y de discernimiento, me ha llevado a configurar de manera sustancial mi presente y mi futuro.

Siendo ésta la trama de la historia, hace tan sólo unos días que me decidí a reiterar un nuevo correo electrónico a su autor a cuenta de cierta cuestión. Esta vez, sin embargo, además de una atenta respuesta recibí un número de teléfono para comentar el interrogante. Ello me dio oportunidad y unos pocos minutos para trasladarle en persona lo que hoy les escribo y, al mismo tiempo, agradecerle su atención, pero, sobre todo, su obra y lo que gracias a ella he podido edificar.

Y es que algunos libros hablan más de la cuenta, susurran, sugieren, siembran en silencio y tienen, al igual que Dios, el inefable poder de cambiar vidas.

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