725 PALABRAS

La hora

Juan Antonio Martín

Juan Antonio Martín

En un sentido universal, la hora abarca mucho más de los sesenta minutos y sus consiguientes nanosegundos. La hora que acaba de llamar a la puerta de mi folio en blanco es ácrona, porque más que una unidad de tiempo es una realidad inmedible, un encuentro más o menos opulento, una coincidencia más o menos menesterosa, una inevitable cita más o menos satisfactoria.

A lo largo de la vida es la hora cuando un espermatozoide y un óvulo dan origen a un blastocito, es la hora cuando el blastocito se convierte en embrión, es la hora cuando el embrión se convierte en feto, es la hora cuando el feto se convierte en ciudadano en el estricto sentido en que se desarrolló el concepto durante de las sucesivas cuitas de Mirabeau contra Robespierre y Marat, y entre estos y Danton en la Revolución Francesa.

Como excepción, pareciere que para los ciudadanos a los que tan magistralmente desgobierna el imperialista Putin aún no ha llegado la hora. Sin embargo, para el excéntrico presidente en jefe de todas las rusias imperialistas habidas y por haber, la hora sí ha llegado, so pretexto de liberar del pecaminoso veneno del capitalismo a los supuestos millones de rusos inocentes que reclaman su liberación desde allende las fronteras de la madre Rusia. ¿Es o no es cachondo don Vladimir...?

Tengo el recuerdo vivo de cómo antaño, en Málaga, la hora siempre llegaba cuando la luz de la luna llena se unía a la inefable magia del perfume celestial de la dama de noche, y cuando la luz y el frescor malagueño coincidían con una mirada, y cuando la mirada coincidía con una caricia, y cuando el olor a dama de noche y la mirada y la caricia coincidían con un apasionado beso. Los tiempos cambian pero, para bien y para mal, no la llegada puntual de cada hora, por más que entre todos nos ofusquemos en trabajar en contra.

Cada hora tiene su momento y cada momento, cada gesto, cada acto, cada pensamiento, cada evocación tiene su hora. Horas benditas y horas malditas. Y es desde esta bipolaridad que el espurio desarrollo de Málaga está afectando a la hora de los gestos, a la de los actos y, por ende, a todas las horas nutricias por llegar, esto, hasta el punto de tener capacidad suficiente para impedir la llegada de algunas horas trascendentales. Como botón de muestra, si llegará a consumarse, bastaría la macabra hora del descerebrado proyecto de falo-hotel del dique de levante para que Málaga favoreciera una indeseable cascada de algunas-muchas malas horas que, agazapadas, esperan su momento.

Sin riesgo de ser pacato, la deriva viciada que viene manifestándose en los últimos años en nuestra Málaga, en nuestra Andalucía y en nuestra España, pero de manera especialmente más acentuada en aquella «Málaga la bella» de entonces, bien debiera invitarnos a prestarle atención a Théophile Gautier, aquel galo de pluma fácil, que, entre muchos, nos legó un pensamiento con el que, en traducción libre, expresó que «todas las horas hieren, pero la última mata» (chaque heure fait sa plaie et la dernière achève). O sea, que vivido lo vivido, no sería descabellado imaginar que el empecinamiento contra la razón del falo-hotel del dique de levante fuera un vaticinio de lo que expresó Monsieur Gautier con su pluma, la de escribir, naturalmente.

Desde el encuentro con la hora del nacer, que algunos sesudos muy respetables expresan como el peor trauma que vive el ser humano, el sistema se muestra agresivo. Para comprenderlo, amable leyente, no desprecie la sensación a la que nos somete, por un lado, la Naturaleza, y, por otro lado, los protocolos del propio sistema. Pregúntese, si no, cómo, desde que el mundo es mundo, todos y cada uno de los ciudadanos del mundo pudimos gestionar las sensaciones, ante la drástica pérdida del confort ingrávido del vientre de mamá, y ante la agobiante estrechez de la senda que nos obligó a incorporarnos a nuestra nueva vida separados de mamá, y ante la luz cegadora que luce en las afueras de mamá, y ante el ruido sin filtro fuera de la estructura física de mamá, y ante el frío gélido que reina en nuestro nuevo mundo, y ante la angustiante sensación de vulnerabilidad, y ante la experiencia nueva de sentirnos «algo» ajeno a mamá...

La hora es una inevitable cita indelegable.