La dos

El delirium tremens

Una de las formas de distinguir una simple paradoja de un aforismo malévolo, según Umberto Eco, consiste en invertir la paradoja

Tonino Guitian

Tonino Guitian

¡La inteligencia artificial es un gran invento! Este sería un buen título para una película de Ozores que serviría el tema en manos de señores con boina y divertidas jamonas, analizando de forma cómica esas oleadas de modernidad -la minifalda, las autonomías, el turismo de masas- con las que los españoles tuvimos que lidiar para adaptarnos, tras años de sueños inconfesables, al mundo moderno.

Todos hemos tenido sueños que no sabíamos que teníamos. Cuando constatamos que son demasiado incómodos es porque nos parecen demasiado incompatibles con nuestra percepción del Yo. Y como los sueños de nuestro inconsciente son impalpables y es imposible que los demás puedan verlos -afortunadamente- la ingeniería de las palabras, las que sólo confiamos al historial de nuestras búsquedas de internet, viajan con nuestros clicks en «aceptar» a través de máquinas que las procesan y clasifican, en un principio para vigilar que la democracia funcione y crear una sociedad estable. Umberto Eco llamó «aforismo cancerizable» a la paradoja de los astutos aforismos reversibles antes de que estos sólo inundaran la literatura y no nuestra realidad. El aforismo cancerizable es «una enfermedad del ingenio; una máxima que, con tal de parecer ingeniosa, se desentiende del hecho de que su contraria es igualmente cierta. Y si nos parece ingeniosa es porque tenemos que admitir que es cierta. (...) El aforismo cancerizable encierra una verdad muy parcial y, a menudo, una vez que se ha cancerizado, revela que ninguna de las dos perspectivas que nos muestra es cierta». Me apasiona cómo la lógica artificial está dispuesta a generar sin rechistar nuevos discursos a partir de las nuevas realidades profundas que nos han llegado sin saber de dónde. Si hemos aceptado por vía legal que la esclavitud a nuestros deseos es la libertad, que no existe confusión entre derecha e izquierda, que el hombre es mujer o ninguna de las dos cosas, que el ateísmo es una religión, que el oprimido es también opresor, y que el castigo es una recompensa, la innumerable combinación de pensamientos a través de la inteligencia artificial conseguirá lo que yo llamaría la Solución de la Gran Paradoja Final, plagiando descaradamente el concepto que el economista Bryan Caplan selló en el año 2001: el pensamiento es irracional y, por tanto, cualquier irracionalidad es razonable. La propia expresión de inteligencia no natural lo dice, así que no nos vayamos quejando ahora. Pero tampoco nos sumemos a la tristeza del caos. Una de las formas de distinguir una simple paradoja de un aforismo malévolo, según el propio Eco, consiste en invertir la paradoja. Por ejemplo, con la definición de sionismo con la que Tristan Bernard explica la constitución del Estado de Israel es un aforismo cancerizado: «Un hebreo que pide dinero a otro hebreo para enviar a un tercer hebreo a Palestina». Pruebe a darle la vuelta como si fuera una paradoja: es imposible. Si las naves marcianas invaden nuestro espacio, si el sí es sí o si es tal vez, si los racistas claman por la igualdad, si Ucrania puede generar una guerra sin medios ni armamento nuclear o se evalúa el reino vegetal y animal del mismo modo que el humano, no es, según Caplan, «porque las personas busquen intencionalmente creer cosas falsas». Más bien, la teoría es que, cuándo aceptamos relajar nuestro pensamiento, y el goteo de paradojas consigue agotarlo, «somos más fácilmente influidos por razonamientos falaces, sesgos cognitivos, y apelaciones emocionales». La inteligencia artificial viene a suplantar ese enojoso pensamiento natural con el que algunos pretendían detener el relativismo en el pensamiento. Relativismo que, según Gómez Dávila, es ni más ni menos que la incapacidad de poner las cosas en orden.

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