725 PALABRAS

Acertar mal

Juan Antonio Martín

Juan Antonio Martín

Algunos individuos han mamado la desconfianza y la manejan con el preciosismo del que lleva toda su vida usándola para interactuar en sus relaciones. Da igual el grupo, desde la relación de pareja, hasta la relación con el prójimo como representante de los ocho mil millones de prójimos que habitamos el planeta, la duda, el recelo, la sospecha..., son la seña de identidad que mueve a estos individuos a acertar mal casi siempre.

Pienso que nadie puede negar que ser precavido forma parte de las virtudes posibles del ser humano, pero vivir instalados en la negatividad como religión, siempre es un mal negocio. Soy de la opinión de que cuando pensamos mal, terminamos actuando peor, y ello, irremediablemente, concita un resultado negativo para el mundo. Desgraciadamente, los códigos de la política profesional, es decir, los de los políticos que viven de ella, conforman un ideario basado en el yoismo partidista, que, en síntesis, viene a ser una patología incurable que estigmatiza a los partidos y a los individuos que los conforman. O dicho como lo definiría el gran Chiquito:

–¡¿Comooorrl...?, al ataqueeerrl...! El yoismo es un fistro diodenal de los dueños de los siete caballos que vienen de Bonanza...

¡Bien por Chiquito.!

A veces, sin gafas de ver, no vemos. Y, a veces, con ellas, tampoco. Es como si el prisma óptico cumpliera con su función, pero que al llegar la imagen el cerebro éste se volviera anósmico en su función de oír e hipoacúsico en su función de ver. Chispa más o menos, algo así es lo que doña Irene Montero y sus adláteres parecen sesudamente discernir cuando sin comedimiento alguno responsabilizan a una mayoría de jueces de ser ciegos de solemnidad cuando sentencian en sentido contrario al que pretendía la denominada ley de Solo sí es sí, cuyo nombre, de más en más vulgarizado, ya empieza a sonar al misterioso siseo de un indescifrable trabalenguas.

La juventud política, generalmente, es mucho más útil en el segundo plano que en el primero, ello y principalmente porque la responsabilidad del primer plano político demasiadas veces no facilita el uso de la goma de borrar deslices con la oportuna inmediatez y porque las divinas carencias de la juventud, divino tesoro, esencialmente, se atienen más al impulso soberbio mediante el que se expresó Guillén de Castro en Las mocedades del Cid en las que escribió aquello de «Esta opinión es honrada. / Procure siempre acertalla / el honrado y principal; / pero si la acierta mal, / defendella y no enmendalla».

Evidentemente, amable leyente, precisamente hoy, aquí en mi columna, no puedo estar en mayor desacuerdo con don Guillén, por más digno Caballero de Santiago que fuera. Acertar mal, es un hermoso oxímoron literario, pero un mal compañero de viaje, especialmente en el ejercicio del servicio público. De hecho, estimo que ampliar la inseguridad de las mujeres, aunque la indeseable ampliación hubiere respondido a un mal cálculo, solo exige enmienda urgente sin más defensa, independientemente de lo que dejara escrito el ínclito Guillén de Castro.

A estas alturas de la desgracia, la realidad de la intención de doña Irene exige nuevas y vertiginosas demostraciones de verdadera premura en carne viva para enmendar el esfuerzo llevado a cabo con mal acierto, y, obviamente, esta vez con la mayor y la mejor precisión sin macula antes de alumbrarlo. Por más sensación de frustración que termine recayendo en la ministra Montero, la invito a no decaer en sus buenas intenciones y a demostrar que la fuerza y el empuje que manifiesta mediante su lenguaje no verbal también deben formar parte de su mejor savoir-faire para evitar acertar mal en sus próximas responsabilidades de ministra, si hubiere lugar, naturalmente.

Y, ya puesto, ¿por qué no abundar?: En aras del mejor claro oscuro en la gestión de nuestra ministra, me permito desearle, primero, los mejores tinos en sus próximos proyectos, segundo, paciencia finita respecto de sus impulsos, porque la juventud en el ejercicio político también la curan los años, y, finalmente, como pequeño detalle añadido en la implícita faceta de comunicadora que le corresponde, la invito a tomar consciencia de que el lenguaje hablado, como el escrito, también exige comas y puntos, y puntos y comas, y dos puntos... en forma de pausas verbales que adulcen su tono y sus formas apresuradas en el manejo de nuestro extensísima y preciosísima lengua.

Créame, a veces me asusta...