EL OJO CRÍTICO

Un año de infamia

La invasión de Ucrania por Rusia es parte del plan de Putin de revivir la idea de la Gran Rusia, anexionando por medios económicos o por la fuerza antiguos territorios que pertenecieron a la Unión Soviética

Alguien sujeta una vela con el lema 'Queremos la paz' en apoyo a Ucrania en la víspera al aniversario de la guerra.

Alguien sujeta una vela con el lema 'Queremos la paz' en apoyo a Ucrania en la víspera al aniversario de la guerra. / DAVID DEE DELGADO

Fernando Ull Barbat

Fernando Ull Barbat

Se cumple estos el primer año de invasión de Ucrania por parte de Rusia. Un año desde el regreso de la guerra al corazón de Europa. Aunque quizá un poco más alejado de la última guerra que hubo en ese corazón europeo. Me refiero a la guerra de Bosnia. De igual forma que entonces, hemos vuelto a ver cadáveres en las calles, edificios bombardeados y personas huyendo con bolsas de ropa. También a niños que observan en silencio desde la ventana de un autobús. Todo ello a unas cinco horas en avión desde España.

La invasión de Ucrania por parte de Putin, con el apoyo mayoritario de la población rusa, no sólo ha supuesto una flagrante violación de los principios básicos en los que se basa la coexistencia pacífica de los Estados enmarcada en la ONU, sino sobre todo un desprecio por la vida humana. El lanzamiento masivo de misiles contra las ciudades ucranianas demuestra hasta dónde está dispuesto a llegar Putin con tal de satisfacer su instinto asesino. La crueldad de las tropas rusas y de los mercenarios contratados por el Kremlin para castigar a la población civil por negarse a ser servidores de Rusia vuelve a situar a Europa ante a un dictador que no duda en sacrificar a su propio pueblo para imponer sus paranoicas ideas.

La invasión de Ucrania por Rusia es parte del plan de Putin de revivir la idea de la Gran Rusia, anexionando por medios económicos o por la fuerza antiguos territorios que pertenecieron a la Unión Soviética. Sorprende el adoctrinamiento de la población rusa que ha asimilado los modos dictatoriales de Putin con total normalidad. El pueblo ruso, acostumbrado a siglos de sometimiento, primero con los zares y después durante el periodo comunista, parece no tener ningún interés en que la democracia llegue a su país. El último destello de libertad que supusieron determinados medios de comunicación y un puñado de valientes periodistas fue exterminado por Putin cerrando televisiones y periódicos y permitiendo el asesinato de la periodista Anna Politkóvskaya. A ello hay que sumar la xenofobia y la homofobia de la legislación rusa que los ciudadanos han adoptado como algo normal.

Especial relevancia está teniendo la actitud de la Iglesia Ortodoxa rusa que ha apoyado desde el primer momento la invasión de un tercio de Ucrania por parte del ejército ruso y el lanzamiento masivo de misiles de todo tipo contra infraestructuras que solo busca causar dolor, hambre y privaciones a la población ucraniana. La Iglesia suele apoyar al que ejerce la violencia y el poder de manera despótica. Durante la época nazi la jerarquía católica miró para otro lado, como hizo el Papa. Cuando se produjo en España el golpe de Estado de 1936 la Iglesia católica no dudó en ponerse del lado de los golpistas trabajando arduamente para que el golpe y la guerra civil llegasen a buen puerto. Ahora los ortodoxos rusos no tienen nada que decir de las imágenes de cadáveres en las calles, de los bombardeos sobre la población civil y de la destrucción de buena parte de Ucrania.

Soy pesimista en cuanto a una posible finalización cercana en el tiempo de la guerra en Ucrania. A Putin le va en ello su supervivencia política y su deseo de pasar a la historia como un gran patriota. Aunque la realidad es que si por algo se recordará a Putin es por ser un digno sucesor de Stalin y de sus atrocidades. Un frente de guerra estancado, las dificultades para conseguir munición y la poca importancia que Putin concede a la vida de sus soldados profesionales y a los que han tenido que marchar al frente sin ninguna experiencia militar previa, hace pensar que la guerra se va a largar varios años. Los ucranianos no están dispuestos a ceder ni un solo metro de su territorio, empeño que no va a tener ninguna fisura a tenor de los asesinatos, violaciones masivas y torturas que los soldados rusos dejarán tras de sí cuando abandonen Ucrania en un futuro cercano.

A todo ello hay que sumar el rencor y la profunda desconfianza entre dos Estados que comparten línea fronteriza. Pasarán generaciones antes de que las relaciones se normalicen. Se contarán los crímenes de guerra rusos de padres a hijos. Tuvieron que pasar cuarenta años para que las relaciones entre Francia e Inglaterra por un lado y Alemania por otro entrasen en el terreno de la normalidad. Y por si fuera poco todo este caos, Rusia ha secuestrado a miles de niños ucranianos que serán educados y crecerán en un país que no es el suyo alejados de sus familiares y de las ciudades donde nacieron. Niños que con el tiempo buscarán sus raíces y querrán saber qué fue de sus padres. En la España de la dictadura de Franco se robaron miles de bebés recién nacidos para ser educados en los principios del régimen franquista. Desde entonces los padres y aquellos niños se buscan unos a otros en el laberinto del olvido.

La invasión de Ucrania por Rusia es parte del plan de Putin de revivir la idea de la Gran Rusia, anexionando por medios económicos o por la fuerza antiguos territorios que pertenecieron a la Unión Soviética. Sorprende el adoctrinamiento de la población rusa que ha asimilado los modos dictatoriales de Putin con total normalidad. El pueblo ruso, acostumbrado a siglos de sometimiento, primero con los zares y después durante el periodo comunista, parece no tener ningún interés en que la democracia llegue a su país. El último destello de libertad que supusieron determinados medios de comunicación y un puñado de valientes periodistas fue exterminado por Putin cerrando televisiones y periódicos y permitiendo el asesinato de la periodista Anna Politkóvskaya. A ello hay que sumar la xenofobia y la homofobia de la legislación rusa que los ciudadanos han adoptado como algo normal.

Especial relevancia está teniendo la actitud de la Iglesia Ortodoxa rusa que ha apoyado desde el primer momento la invasión de un tercio de Ucrania por parte del ejército ruso y el lanzamiento masivo de misiles de todo tipo contra infraestructuras que solo busca causar dolor, hambre y privaciones a la población ucraniana. La Iglesia suele apoyar al que ejerce la violencia y el poder de manera despótica. Durante la época nazi la jerarquía católica miró para otro lado, como hizo el Papa. Cuando se produjo en España el golpe de Estado de 1936 la Iglesia católica no dudó en ponerse del lado de los golpistas trabajando arduamente para que el golpe y la guerra civil llegasen a buen puerto. Ahora los ortodoxos rusos no tienen nada que decir de las imágenes de cadáveres en las calles, de los bombardeos sobre la población civil y de la destrucción de buena parte de Ucrania.

Soy pesimista en cuanto a una posible finalización cercana en el tiempo de la guerra en Ucrania. A Putin le va en ello su supervivencia política y su deseo de pasar a la historia como un gran patriota. Aunque la realidad es que si por algo se recordará a Putin es por ser un digno sucesor de Stalin y de sus atrocidades. Un frente de guerra estancado, las dificultades para conseguir munición y la poca importancia que Putin concede a la vida de sus soldados profesionales y a los que han tenido que marchar al frente sin ninguna experiencia militar previa, hace pensar que la guerra se va a largar varios años. Los ucranianos no están dispuestos a ceder ni un solo metro de su territorio, empeño que no va a tener ninguna fisura a tenor de los asesinatos, violaciones masivas y torturas que los soldados rusos dejarán tras de sí cuando abandonen Ucrania en un futuro cercano.

A todo ello hay que sumar el rencor y la profunda desconfianza entre dos Estados que comparten línea fronteriza. Pasarán generaciones antes de que las relaciones se normalicen. Se contarán los crímenes de guerra rusos de padres a hijos. Tuvieron que pasar cuarenta años para que las relaciones entre Francia e Inglaterra por un lado y Alemania por otro entrasen en el terreno de la normalidad. Y por si fuera poco todo este caos, Rusia ha secuestrado a miles de niños ucranianos que serán educados y crecerán en un país que no es el suyo alejados de sus familiares y de las ciudades donde nacieron. Niños que con el tiempo buscarán sus raíces y querrán saber qué fue de sus padres. En la España de la dictadura de Franco se robaron miles de bebés recién nacidos para ser educados en los principios del régimen franquista. Desde entonces los padres y aquellos niños se buscan unos a otros en el laberinto del olvido.

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