Opinión | AL AZAR
Matías Vallés
Un Google que también insulta

Logo de Google en una tienda de Manhattan, en Nueva York / ANDREW KELLY / REUTERS
Los usuarios desde hace un cuarto de siglo de Google y clientes con la misma antigüedad de Amazon, hemos necesitado esa eternidad para descubrir que nuestra biblioteca universal y nuestro supermercado global apenas si han modificado las esencias de su negocio. Vuelve a confirmarse que los disruptores más radicales se transforman en los conservadores más ultramontanos, en cuanto adquieren el control de su actividad mercantil. ChatGPT nos ha despertado del letargo de la mano de Bing, el buscador secreto de Microsoft porque no aparece ni en sus propias búsquedas.
Por desgracia, media un abismo entre la publicidad gratuita de los primeros usuarios de este chatbot de Inteligencia Artificial, y la realidad de una versión digital de la antología del disparate. El engendro cita al pie de la letra textos inexistentes, o describe tablas que no figuran en el documento revisado. La fascinación de ChatGPT radica en el trato personalizado de «me encanta hablar contigo», un tuteo de pago, o en la desfachatez con la que admite sus traspiés. «Siento haber cometido un error» o «te pido perdón por la confusión» son latiguillos frecuentes de la máquina. A continuación corrige la versión equivocada, cometiendo un disparate de mayor calado en el proceso.
Sobre todo, ChatGPT es un Google que también insulta, con reproches que se asemejan a los zarpazos sedosos de una cría de tigre de Bengala de rápida maduración. A efectos prácticos, el nuevo juguete equivale a que la aceleración vertiginosa de nuestros buscadores anticuados no se hubiera logrado por procedimientos digitales, sino inyectándole dosis masivas de anfetaminas. Esta inteligencia más artificiosa que artificial supera en trampas al alumno que la utilizará para defraudar a sus profesores. De hecho, la fiebre por el nuevo motor coincide con el auge del negacionismo en la proliferación de personas que desean ser engañadas, sin importarles que la espiral de errores arrastre a lo que queda de la civilización. Porque no se dirime si las conclusiones del Chato son verdad o mentira, sino cuál de las dos opciones es más divertida.
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