EL OJO CRÍTICO

Mi memoria

Fernando Ull Barbat

Fernando Ull Barbat

El 1 de agosto de 1936, mi abuelo, Agustín Ull Vernis, fue nombrado director del Hospital de Tarancón por su condición de médico con el grado de capitán médico del ejército de la República Española. Este hospital de retaguardia durante la Guerra Civil Española atendió a los heridos procedentes de la batalla de Madrid y sobre todo de las batallas del Jarama y de Brunete. El que fuera Hospital de Santa Emilia y más tarde Hospital Sanatorio Municipal dejó de estar gestionado por las Monjas Mercedarias cuando comenzó la guerra pasando a formar parte de la jurisdicción de la Agrupación de Hospitales Militares del Ejército del Centro, como hospital número 3, siendo su primer responsable mi abuelo tal y como estableció con posterioridad el Diario Oficial del Ministerio de la Guerra en Valencia el 22 de enero de 1937.

Como principal hospital receptor de los heridos que pertenecían a las Brigadas Internacionales, el Hospital de Tarancón recibió la visita del fotógrafo Henri Cartier Bresson para rodar algunas imágenes para su película documental sobre la sanidad de la República con el título ‘Victoria de la Vida’ (1937). También el actor Errol Flynn y el escritor Ernest Hemingway visitaron el hospital americano formado por tres edificios distintos, siendo el número 3 el más importante y el único dirigido por un oficial español. Con casi toda seguridad mi abuelo debió conocer a los tres. Es sabido que tras el golpe de Estado e inicio de la guerra, los hombres y mujeres más representativos en España de la ciencia, la medicina, la cultura y el arte tomaron parte de la República y por tanto de la democracia española. Después de la guerra fueron asesinados, encarcelados o condenados al exilio exterior e interior. España entró en una decadencia científica y cultural cuyas consecuencias aún sufrimos.

Gracias al arqueólogo Pedro Pablo de las Muelas Chico y a su trabajo de recuperación de la historia del Hospital de Tarancón así como de su importancia fundamental en la guerra civil, he podido recabar algunos cabos sueltos del papel fundamental que mi abuelo tuvo en la sanidad de la España republicana durante la guerra. Leyendo la investigación de este arqueólogo, iniciada a instancia de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica de Cuenca, y los testimonios de médicos y enfermeras de nacionalidad estadounidense que se recogen en su estudio, he podido constatar la huella que este hospital y la profesionalidad de su personal médico dejaron en los extranjeros que vinieron a ayudar a la República. Que las Brigadas Internacionales marcaron un antes y un después en la historia de lucha por las libertades en Europa es algo sabido. Hay excelentes y variadas publicaciones sobre los extranjeros que vinieron desde multitud de países a luchar por la República, pero quiero detenerme en el libro de Giles Tremlett de título ‘Las Brigadas Internacionales. Fascismo, libertad y la Guerra Civil española’ (Debate, 2020) que relata las principales batallas en las que participaron los brigadistas y cuyos heridos eran enviados al complejo sanitario americano de Tarancón, formado por tres edificios diferentes, siendo el más importante el que estaba dirigido por un joven oficial español.

El 20 de marzo de 1937 la enfermera Rose Freed contaba en una carta a su marido que unos días antes un avión fascista había bombardeado el hospital número 3 explotando una bomba a cinco metros de distancia y rompiendo todas las ventanas. Por cinco metros, por tanto, yo estoy en este momento escribiendo estas líneas. Levanto la vista del ordenador y me imagino a mi abuelo, con 26 años, sacudiéndose de encima trozos de cristales mientras organizaba el arreglo de la sala de los heridos y los quirófanos.

El 3 de enero de 1938 Agustín Ull Vernis cesó en su cargo de director del hospital número 3 de Tarancón y fue nombrado nuevo director de la clínica número 1 de Guadalajara. Con posterioridad, el 5 de diciembre de 1938, formó parte de los Servicios Centrales de Sanidad del Ejército de Madrid con funciones de supervisión en materia sanitaria hasta abril de 1939 donde fue capturado, casi al final de la guerra, en un pueblo de Guadalajara. Tuvo suerte. Dado su historial médico sólo fue internado en un campo de concentración, juzgado y condenado a dos años de prisión que cumplió en el penal de Sigüenza. No le asesinaron en un paredón con cuatro tiros.

Después de la guerra la dictadura franquista le negó de manera sistemática la posibilidad de acceso a cualquier plaza de médico como funcionario. Se presentaba a oposiciones y siempre le daban la plaza a otro. En ocasiones los miembros del tribunal de oposición al leer su nombre le decían que se marchara sin hacer el examen. Solo pudo ejercer la medicina donde nadie quería, en pueblos de 200 habitantes en medio de la nada, y siempre de manera temporal, donde era recibido por la Guardia Civil con la advertencia de que tuviera cuidado con lo que decía o hacía. Sólo al final de la dictadura pudo tener una mínima estabilidad laboral. Murió con poco más de setenta años. ¿Qué recordaba de las brigadas internacionales y de los hospitales que dirigió? Nunca le oí contar nada.

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