Opinión | TIERRA DE NADIE
Levantarse a las seis

Levantarse a las seis / L. O.
Cuando tenemos mucho tiempo, tenemos poco tiempo porque lo derrochamos. Mis épocas más productivas coinciden con aquellas en las que lo debía ahorrar para leer y escribir, por este orden. De joven, trabajé en oficinas a las que tenía que acudir en diferentes medios de transporte público cuyos trayectos aprovechaba para devorar letra impresa. Sacaba unas cuantas horas de lectura al año mientras iba de casa al trabajo y al revés. Para escribir, madrugaba, no me quedaba otra. El día, hora a hora, se iba en un soplo, aunque, observado con cierta perspectiva, se trataba de un soplo hinchado, repleto de experiencias mentales. Hay gente que concede poca importancia a las experiencias mentales, pero para mí siempre han sido más importantes que las físicas. Si me das a elegir entre un safari y una revelación trascendental, me quedo con la revelación trascendental. Todavía no he tenido ninguna, pero permanezco a la espera.
-La revelación podría sorprenderte en un safari -pensarán algunos.
Lo dudo. Las cosas más cercanas a una revelación que he tenido yo me han sorprendido en la cocina o en el cuarto de baño, a veces haciendo la cama o planchando una camisa. Hemingway iba mucho a África y a Cuba y cazó y pescó con auténtica furia, como si creyera que la revelación se hallara en el vientre de los elefantes o de los tiburones. Al final volvió la escopeta hacia sí mismo y se voló la cabeza. Tal vez en el instante de apretar el gatillo lo vio todo. De eso va esto: de verlo todo. De intentarlo al menos, de permanecer a la espera, de no desfallecer. En cierta ocasión, me fue revelada una novela mientras volaba a Nueva York. La estancia en Manhattan resultó insatisfactoria, pero en el interior de la aeronave apareció el germen de un libro que luego, una vez escrito y publicado, me dio muchas satisfacciones.
En el metro y en los aviones se nos ocurren mejores cosas que en los yates. En los yates se pierde mucho el tiempo, lo he visto en las películas. Derrochar el tiempo está bien cuando eres el cuarto en la línea de sucesión, como Froilán, y no tienes otra cosa que hacer que esperar un milagro. Pero cuando el milagro es escribir una novela, hay que levantarse a las seis.
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