Erase una vez una sociedad que había evolucionado tremendamente, pero su vasto conocimiento empero no había subvertido sus oscuros instintos primarios. Se habían organizado de manera que parecía garantizada la participación de todos sus miembros adultos en el porvenir común, pero arrastraron consigo los mismos errores ancestrales que convierten en cíclicas las catástrofes de cada civilización.

El basamento social consistía en la supervivencia y cuidado del mayor número de sus miembros, pues de su trabajo obtendrían los medios para continuar con dicha protección y progreso en un bucle.

Pero aquellos instintos generaron tendencias tribales que no permitían una sociedad equilibrada y justa, porque los privilegios, la dominación y el poder unívoco seguían siendo codiciados; así, cada forma de gobierno derivaba en corruptos sistemas trucados para el lucro y vanagloria de unos pocos.

En las construcciones que se realizaban, especialmente las moradas, se vislumbraba el grado de ostentación que alababan los congéneres de tribu, porque no hay malhechores entre malhechores cuando se tiene la misma visión del mundo. Entonces, las construcciones devinieron en moneda de cambio, además de reflejo del alma o carácter dominante; si eran elevadas con transcendencia y empatía, la belleza surgía y la amabilidad se asentaba, de lo contrario, el caos y los despropósitos afloraban. En algún momento se acuñó el término urbanismo, instrumento moldeador de sociedades pues estructura las formas de convivencia. Desde entonces, quien manejaba el urbanismo tenía el poder; es sabido que un gran poder conlleva una gran responsabilidad, pero decidieron abrazarlo sin aceptar la responsabilidad y ahí replicaron el más grave de los errores ancestrales. Moraleja: Cuídense del Urbanismo irresponsable, destruye sociedades.