CALEIDOSCOPIO

Los zarazos de marzo

Julio Llamazares

Julio Llamazares

Así llaman, o llamaban (las palabras desaparecen con las personas), en mi tierra leonesa los más viejos a esas rachas de viento y de aguanieve que, alternadas con momentos de calma meteorológica, incluso de buen tiempo, caracterizan el mes de marzo, estos días en los que el invierno deja su sitio a la primavera. Un tiempo de turbulencias y no solo en la climatología, puesto que su inestabilidad se traslada a las personas mismas.

A la aliteración (tres zetas juntas en dos palabras: zarazos, marzo) se suma su sugestión onomatopéyica (parece que la expresión nos azota como esas rachas de viento a las que nombra), por lo que la construcción lingüística alcanza un significado que va más allá de su belleza, convirtiéndose casi en filosofía. Difícil condensar en menos palabras toda una concepción de la vida, esa idea de que esta es una navegación sujeta a todo tipo de turbulencias que al final normalmente se superan. Porque, aunque las confundamos a veces con inclemencias definitivas, la mayoría de las veces se quedan en eso: en ráfagas de viento y aguanieve que de la misma forma que llegan se van.

Lo mejor para entenderlo es volver la vista atrás y recordar momentos de nuestras vidas en los que, cuando los vivimos, pensamos que naufragaríamos y no saldríamos de ellos y que ahora, sin embargo, nos parecen anecdóticos, del mismo modo que nos ocurre con los sucesos históricos y políticos. Un vistazo a lo que contaban los periódicos en el mes de marzo anterior (o al de cualquier mes de marzo que queramos elegir) nos servirá para comprender que incluso sucesos que entonces nos parecían insuperables, como el de la invasión de Ucrania por Rusia o la propagación de la pandemia de covid, no han dejado de ser turbulencias dramáticas que acabarán siendo historia como todas, lo cual debería servirnos para relativizar nuestro miedo a todo lo que sucede. Nunca llovió que no escampara dice el refrán y pocos puede haber más acertados, como este mes de marzo nos demostrará de nuevo tal como viene haciendo desde que el mundo es mundo.

Vistas así las cosas, lo que estos días preocupa a todos (el enquistamiento de la guerra que persiste en Ucrania, la inflación, los casos de corrupción en España, que no cesan, etc.) pronto lo veremos como sucesos anecdóticos y sin más interés periodístico que el de sus secuelas en las personas, sobre todo en el caso de la guerra, y lo que consideramos de gran interés pasará a perderlo, como el repaso a las hemerotecas prueba. Nada de lo que creíamos que iba a acabar con el mundo (la amenaza nuclear de Rusia), o con nuestra economía (la inflación), o con la democracia española (la corrupción y la crispación), lo habrá hecho y nuestras vidas seguirán su curso sin dejar de dar vueltas, como los años, hasta que un día, ese día sí, los zarazos de marzo se conviertan en una tempestad sin vuelta. Así que, mientras tanto, lo más inteligente, parece, es seguir viviendo sin dramatizar en demasía porque llueva o caiga granizo, ya que pasará muy pronto, como nos demostrará de nuevo este mes de marzo que los pintores del Románico representaron con la figura de un hombre podando la viña y ya no arrimado al fuego como febrero o indeciso entre el pasado y el futuro como enero, señal de que la primavera se acerca y de que la naturaleza sigue su curso y, con ella, nuestras vidas, por más que a veces pensemos que todo lo que nos sucede es definitivo y de que el mundo se va a acabar en cualquier momento. 

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