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El diablo se viste de tapa

el diablo se viste de tapa

el diablo se viste de tapa / Gonzalo León

Gonzalo León

Gonzalo León

Las redes sociales, en ocasiones, dan un montón de susto. Sin ir más lejos, hace unas horas comprobaba en primera persona que un señor se había puesto una alarma para recordarme, un año después, algo que yo había publicado en Twitter para seguir recriminando y contestando. Miedo, ¿eh?

Evidentemente, las cabezas están fatal. Perdidas. Fuera de juego en muchos casos y puestas al servicio de unas empresas privadas que mercadean con las plazas públicas cibernéticas en las que nos dejamos la intimidad en cada rincón.

La política pudiera ser uno de los elementos clave para la manipulación y la absorción de cerebros en esta historia, pero conforme crecen los que fueron primeros usuarios de las redes sociales, vas dándote cuenta que también ellos dejaron de ser expertos de estas lides para convertirse en personas ya caducas.

Esta reflexión inicial sobre las redes hila con las serpenteantes histerias colectivas que suceden en ellas y que reflejan, en ocasiones, problemas reales de nuestra sociedad.

Sucede también que, en ocasiones, se cruzan activismos de parte y parte hasta conseguir campañas cruzadas que cualquier experto en publicidad tardaría tiempo en conseguir.

Decir que Málaga está sufriendo un gran cambio es ya un recurso literario. Una cuestión fija que te sirve para usarla en 2023 y quedar bien, así como para sacarla en el año 1999 y que los oyentes sientan que sabes de qué va el tema local. Sea como fuere, la deriva que nuestra ciudad ha tomado es similar a la de las grandes capitales españolas donde el turismo y el sector servicios se convierten en punta de lanza de la economía.

Málaga es turística. Lo lleva siendo desde que existe el concepto. Y por tanto condiciona su filosofía y fisonomía a los cánones urbanos propios de quien se prepara para atender a los demás.

Poco a poco hemos ido pasando del «Al turismo una sonrisa» a poner malas caras cuando las hordas de guiris se cruzan en nuestro camino. Cuestiones del primer mundo. Dejar de ser los actores de bienvenido Mr. Marshall para vivir ahora en una etapa en la que, engañados como monos, lleguemos a pensar que los turistas son algo accesorio de nuestra ciudad y podemos permitirnos el lujo de despreciarlos como colectivo.

Y me refiero al engaño pues, cualquier persona en su sano juicio debiera saber que Málaga sin turismo no tira. No funciona. Lo vimos recientemente durante la pandemia en la que nuestra ciudad quedó muerta en vida. Detenida en el tiempo. Y muy pequeñita. Chica chica.

No nos engañemos. Hubo momentos muy agradables. De ensueño. Pues cuando fue posible regresar a las calles, encontrábamos estampas icónicas en el centro de la ciudad sin extranjeros. Las cafeterías las llenaban los lugareños y todo se presentaba como una fantasía icónica. Pero todos, parte y parte, sabíamos que con ese modelo nuestra ciudad no se sostendría mucho tiempo.

Ahora, ciertos sectores de la sociedad atacan al bulto para rajar al respecto del drama turístico que afecta a ciudades como la nuestra. Esta problemática se traduce en muchos aspectos: el coste de la vivienda en venta, el inalcanzable precio de los alquileres o la impersonalidad de los centros urbanos que están colapsados por los de fuera.

Una realidad que vemos en Málaga pero existe en Sevilla, Granada o Barcelona en medidas similares.

Pero lo llamativo de todo ello es que, por lo general, las grandes masas necesitan encontrar de inmediato un culpable. Pase lo que pase siempre hay que buscar una diana a la que lanzar todas las inseguridades.

Curioso en este caso del turismo pues, según donde te encuentres en el mapa, la culpa será del PP, del PSOE o de Podemos a la hora de gestionar el modelo de ciudad. Pero la realidad es que, probablemente, ninguno de ellos pueda gobernar un barco que ya trae la ruta marcada desde hace tiempo y resulta ingobernable para cualquier ayuntamiento.

Pero en segundo término, el ciudadano basic encuentra en algunos colectivos específicos al mismísimo demonio pues son consecuencia del turismo. Y entre ellos, en Málaga, la hostelería está ahora en el punto de mira.

La masificación de terrazas, el gran número de negocios de hostelería y la generación de estilos propios de magaluf han conseguido que el público genere un rechazo ante un sector que es, sin lugar a dudas, el que más tirón tiene en nuestra ciudad junto con el hotelero.

Por eso, quizá vaya llegando el momento de asumir las limitaciones de vivir en ciudades tan atractivas como Málaga para la gente de fuera. Si viviéramos en Almería -por poner un ejemplo-, probablemente no viviríamos con esta ansiedad de mesas altas, guiris piripis y cofrades enfadados porque el del bar no quiere quitar la mesa para que pase su Santo, pero la realidad es la que es. Y quizá el esfuerzo y final al que nadie quiere llegar es a que difícilmente esto cambie.

Pero la culpa no la tiene el dueño del bar. Ni el alcalde ni el presidente regional o nacional. La culpa -si es que se puede llamar así- responde a un sistema general que arma un universo de escaparates, aviones y conceptos de usar y tirar.

Si no os vale, podéis seguir atacando al del bar como responsable de que Málaga esté así, lamentándote por el cierre de comercios tradicionales a los que no ibais ni para dar un recado y viviendo en el mundo irreal en el que piensas que esta ciudad algún día tendrá la personalidad que nunca albergó. Aunque claro… si no encontramos a quien insultar y culpabilizar de algo… ¿Para qué queremos redes sociales?

Viva Málaga.

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