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Gafas y linternas

Juan Antonio Martín

Juan Antonio Martín

Estupefactivo, así era el escenario con el que inicié mi mañana aquel día, en pleno conticinio, o sea, ni temprano ni tarde, sino sencillamente esa hora quieta de levantarnos sin estar seguros de si ya es hoy o si sigue siendo ayer.

A esas deshoras algunas calles deslucen mucho más allá de lo presentable. Legiones de contenedores renovados y desbordados, algunos con manifiesta demostración de insuficiencia y desorden, que actúan como potenciadores de la mala imagen y del indecoro municipal que habitualmente concitan estos artefactos. Quizá, acompañando al argumentario de las inminentes y sucesivas elecciones de este año, una sibilina campaña de concienciación llamando al orden y a la colaboración ciudadana no vendría del todo mal. Es cuestión de pensarlo. Y, ¿por qué no?, ya puestos a hacer las cosas un pelín mejor que bien, además de proclamar la necesaria colaboración para el buen uso de cada contenedor, también valdría aconsejar a la ciudadanía de no prescindir del uso de gafas de ver y linternas de alumbrar para que la postrera misión de depositar la basura bien depositada se convierta en un caso de éxito malagueño.

La verdad, incluso en condiciones de visibilidad media, lo de la aguja en el pajar se queda en pañales respecto de lo de encontrar el correspondiente contenedor por sus rótulos y colores manifiestamente insuficientes de noche. La realidad demostrable obedece a rótulos extremadamente pequeños para leerlos en la oscuridad y poco o nada instructivos para una ciudadanía poco entrenada en las labores de reciclaje.

Doña Paca Méndez Garrido, la Paquera de Jerez, cantaba y contaba aquello de: «En la soledad de mis noches de luna / busco los luceros de tus ojos verdes / y como una loca repito tu nombre / porque tengo miedo de tanto quererte...». Personalmente, amable leyente, a mí me suena que ella, aun privada del sentido de la vista como estaba, terminó encontrando lo que buscaba, pero, francamente, dudo de que los ciudadanos de a pie, sin gafas de ver ni linterna de alumbrar, encuentren el contenedor previsto para cada fin, incluso en la oscuridad de las noches de luna. Y me pregunto, ¿y los ciegos y sus perros guía...?

Y abundo, ya puestos a rerotular de manera legible los contenedores, ¿por qué no dotarlos de rótulos luminiscentes y habilitarlos en braille? Y digo habilitarlos en braille porque lo de adiestrar a los perros guía para el reciclaje sería mucho más costoso y, además, podría degenerar en una silogomania crónica en los propios canes, con los consiguientes problemas dimanantes de ello. ¡A ver quién es el listo que osa desalojar la basura de la casa sin matar al perro...! Animalitos, tú... y qué impresentable.

Jo, he escrito «impresentable». Lo veo escrito y vuelve a invadirme la despreciable, inenarrable e impresentable imagen del falhotel erecto en del dique de levante del puerto de Málaga, que si entre todos no lo remediamos vendrá a desahuciar a Málaga de su perfil histórico. Ítem más: certificará el peor perfil de la estupidez histórica, en este caso mediante una idea espuria, por lo que representa de desprecio respecto de la naturaleza y origen de una Málaga agriada por el «novedosísimo» pretexto divino de la muerte del nada claro fin de la explotación de un proyecto cuya viabilidad, necesariamente, ha de ir mucho más allá de la simple explotación hotelera y congresual manifiestamente imposible que se declara. ¿Podría pensar alguien que se trata exclusivamente de un severo ataque de vanitas vanitatum et omnia vanitas por parte del grupo inversor...?

–¿En serio, tú...? ¡Vamos, no me jodas...!

Una gafa de ver como Dios manda y una linterna con la suficiente potencia lumínica darían luz al quid de la cuestión del fondo de inversión que le tira los tejos a Málaga para tontear abiertamente con el falhotel del dique de levante que, casualmente y en paralelo, tiene todo que ver con el grupo empresarial al que ya le ha sido adjudicada la nueva marina de San Andrés.

Hasta sin gafa y sin linterna se manifiesta obvio que, so pretexto de obnubilar a los malagueños, el proyecto pretende cegarnos sin solución ad æternam conectando dos inversiones para cerrar un negocio que, repito, por simple sentido común, tiene mucho más recorrido que el meramente hotelero y congresual, por un lado, y el meramente náutico deportivo, por el otro.

Pues eso, ¡para ver cosas en Málaga, estar vivo...!