Tribuna

Un 8M para llorar

Montero llama al PSOE a pactar la reforma del 'solo sí es sí' para evitar la "alegría" de PP y Vox.

Montero llama al PSOE a pactar la reforma del 'solo sí es sí' para evitar la "alegría" de PP y Vox.

Cristina Martín Vega

Cristina Martín Vega

Más de 700 violadores agraciados con la rebaja de penas (desde meses a varios años) gracias a la ley del ‘solo sí es sí’. Más de 70 excarcelados antes de tiempo. Un número que seguirá subiendo a medida que los juzgados vayan revisando las condenas. Paradójicamente, fruto de un Gobierno formado por dos partidos que mantienen una pelea enconada por erigirse como el más feminista.

El concepto ‘mujer’ desdibujado hasta ser un «sentimiento»: ahora es mujer quien se siente así. Pero la desigualdad estructural, en todos los ámbitos, la violencia machista (y sexual), la presión estética asfixiante y los mandatos de género los sufren las mujeres, como siempre. A las mujeres las violan, las matan, les pagan menos, las discriminan, las agreden, las cargan con las obligaciones del hogar y familiares que lastran o impiden su desarrollo profesional o académico; las ningunean, las relegan, las desprecian, las ignoran por ser mujeres, no por «sentirse» mujeres. Así es aquí y en el último rincón del mundo. Ahora y desde el principio de los tiempos. En este contexto hostil, pero normalizado, es en el que nacemos y crecemos las mujeres, y contra el que nos deberíamos rebelar, hombres y mujeres, para avanzar hacia una sociedad más justa e igualitaria donde quepan todas las formas de ser mujer y de ser hombre; que no estén determinadas por un sexismo que, en lugar de reducirse, avanza a pasos agigantados de la mano de los planteamientos transgeneristas, que se presentan como lo moderno y transgresor pero son el sexismo más rancio.

Aplausos en las redes a chicas que se han sometido voluntariamente a dobles mastectomías para convertirse en chicos, y muestran orgullosos sus cicatrices recientes. No sabemos qué les ha llevado a renegar de su cuerpo sano hasta el punto de mutilarse de forma irreversible, a una edad tan temprana, y a iniciar tratamientos hormonales que les dejarán graves secuelas y les obligarán a medicarse de forma permanente. Intentar averiguarlo puede ser ahora perseguido como terapia de conversión y la amenaza de multas y hasta inhabilitación paraliza a los especialistas en salud mental, médicos, docentes o pedagogos, entre otros profesionales que asisten estupefactos a la imposición oficial de teorías acientíficas. Los padres se arriesgan a perder la patria potestad si se oponen a la peligrosa y contagiosa moda que se ha extendido con la ayuda de redes sociales, internet y gobiernos y partidos de todo signo y país, y que promete como solución milagrosa a la inadaptación de niños, niñas o adolescentes el ficticio «cambio de sexo». Cada vez más chicas -el número aumenta de forma alarmante- aseguran que se sienten chicos e inician la transición; un fenómeno sobre el que alertan asociaciones feministas y colegios profesionales y que merece una reflexión profunda y pausada, pues ese sentimiento de no encajar puede revelar precisamente su disconformidad con lo que la sociedad reserva para ellas. O problemas de salud mental como el autismo, o abusos sexuales que les hacen rechazar su cuerpo sexuado, entre otras causas. ¿Y qué pasa si el niño, la niña, el o la adolescente se arrepienten después de la cirugía y la hormonación cruzada? Preguntará con razón por qué los adultos que le rodeaban no indagaron sobre las verdaderas razones de su decisión, con la ayuda de terapia y especialistas, antes de abocarles a una decisión irreversible. Ya está pasando.

El debate legítimo en un estado de Derecho cercenado por una ley mordaza que considera transfobia la discrepancia y que prevé elevadas multas, inhabilitación o eliminación de subvenciones para impedir y castigar las críticas y silenciar así a toda oposición. Con la acusación de «delito de odio» buscan eliminar la disensión e instaurar unas creencias en un país donde hace ya muchos años que ni la religión se impone por ley. En un país donde se puede expresar cualquier idea política, por extrema que sea, y donde la Constitución consagra la libertad ideológica, puede ser castigado decir que mujer es la hembra adulta del ser humano, y que es un hecho biológico. Ahora, resulta que los libros de biología que explican el sistema reproductor femenino y masculino están llenos de odio… No deja de ser desconcertante que se acuse de ser de extrema derecha a quienes advierten de las perjudiciales consecuencias de la ‘ley trans’, cuando quienes quieren imponer el silencio y el pensamiento único están atentando contra pilares del estado de Derecho como la libertad de expresión, de pensamiento, de opinión y de cátedra. Hasta se ha impedido la presentación de libros críticos con el transgenerismo con la acusación de que eran tránsfobos, lo que es un acto de censura e intolerancia inadmisible en una democracia. Ojo: criticar el transgenerismo no es no defender los derechos humanos ni a las personas transgénero. No es transfobia, en absoluto.

La desaparición de espacios seguros femeninos para convertirlos en mixtos (ya está ocurriendo con baños en institutos catalanes, pese a que vulnera los derechos de las chicas), o compartirlos con hombres autoidentificados mujeres, sin más requisito que su palabra: cárceles, centros para mujeres víctimas de violencia machista, vestuarios, aseos… ¿Qué pasa si se hace un uso fraudulento del cambio de sexo sobre el papel? No hay nada previsto.

El deporte femenino en la cuerda floja, pues la entrada en competición de hombres autoidentificados mujeres implica que las deportistas quedan en desventaja de forma injusta a causa de las diferencias anatómicas y fisiológicas de cada sexo.

En esta neolengua de lo políticamente correcto impuesta desde la izquierda de Occidente, incluso se borra la palabra mujer y se sustituye por «personas menstruantes o gestantes», «progenitor que da a luz» (en lugar de madre), «cuerpos con vagina», «úteros portantes»… para no ofender a los hombres que se sienten mujeres. Se proscribe el signo del triángulo hecho con las manos, símbolo del feminismo, para no «excluir» a quienes no tienen vagina. Hasta se cuestionan las políticas para fomentar la presencia de mujeres por ser «excluyentes». Creíamos que lo habíamos visto y oído todo…

Mientras seguimos enredados en lo que es una mujer, sigue la trágica e imparable sucesión de asesinatos machistas y agresiones sexuales. Las denuncias que llegan a los juzgados son la punta de un iceberg de dimensiones colosales. Una violencia que se caracteriza por que el hombre es el agresor y la mujer la víctima, es decir, tiene una explicación que está ligada al papel que el patriarcado reserva a cada sexo: las mujeres están sometidas a los hombres, que acaparan los privilegios. Si borramos la palabra mujer e ignoramos el análisis del origen de la violencia machista y la discriminación de las mujeres, lo único que hacemos es ponernos una venda en los ojos y ocultar esa realidad (que sigue existiendo). Y, al no tener diagnóstico ni estadísticas fiables (pues es mujer quien así se siente) que revelen el alcance de la desigualdad, tampoco podremos establecer las medidas para desmontarla y reducirla. Ni tomar conciencia del problema.

La prostitución sigue estando permitida y tolerada en una sociedad que aún ve mal castigar a los puteros de la misma forma que hay que hacerlo con los proxenetas. Sorprendentemente, desde posiciones autoproclamadas feministas y progresistas se defiende la prostitución «voluntaria», pese a que es una vulneración de los derechos humanos inaceptable en un estado de Derecho. El uso de mujeres pobres para gestar bebés para personas que los puedan pagar también se ha normalizado en esta sociedad neoliberal donde todo se puede comprar y vender, y aunque está prohibido en España, son muchas las voces que defienden su legalización. Dos formas de explotación del cuerpo de las mujeres que están lejos de desaparecer en nuestra sociedad permeada por la misoginia.

Este año nos ha quedado un 8M para llorar.

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