Opinión | Arte-Fastos
Preguntas innecesarias

'Paisaje', de Jorge Disdier. / José Manuel Sanjuán
Siempre que acudo a una exposición con presencia de arte abstracto o no figurativo presto atención –con disimulo, por supuesto- a los comentarios del escaso público de mayor edad que por allí curiosea; y he comprobado que cada vez menos, quizá por pudor, indiferencia o resignación, se oyen preguntas como: "¿Esto qué es?" o "¿Qué significa esto?", cuando no otras menos piadosas o diplomáticas. No hace falta recordar que desde hace más de un siglo el arte –la pintura, sobre todo- ha dejado de ser un medio donde se narran historias para ser un fin en sí mismo, sin obligación de reconocer lo allí expresado. De hecho, ya en 1890, Maurice Denis acuñó esta profética frase: "Un cuadro, antes de ser un caballo de batalla, un desnudo o una anécdota, es una superficie cubierta de colores que se agrupan en cierto modo".
Sin embargo en innumerables ocasiones un lienzo puede contener elementos figurativos y abstractos, o emplear ambos lenguajes para su definición plástica, como la obra que hemos encontrado en una colección privada de Marbella. Su título es Paisaje, óleo sobre madera, de medidas 46 x 61 cm., firmado y fechado en 2013, y cuyo autor es Jorge Disdier, pintor, arquitecto y director de cine y televisión nacido en Calahorra (La Rioja) en 1943. Este cuadro nos interesa por partida doble: por su conjugación estilística y porque ejemplifica la teoría del semiólogo Omar Calabrese, según la cual una mayor verosimilitud en pintura depende de un máximo uso de técnicas abstractas, ya sean formales o cromáticas.
¿Cómo se explica esto? Veamos la obra: tres franjas horizontales cubren toda la superficie, si bien el espacio reservado al cielo ocupa menos de su tercio correspondiente, por lo que, tratándose de un paisaje, aumenta el impacto visual del primer y segundo términos, que no son tales, pues no existen pasajes ni transiciones cromáticas. Para compensar este sistema anticlásico y dotar de unidad pictórica al conjunto, Disdier realza la zona baja con un verde denso, animado por visibles pinceladas de izquierda a derecha y suaves gradaciones a tonos esmeraldas. Una franja roja, sinuosa e imprecisa, a modo de río o vaguada, cruza longitudinalmente la escena y replica su direccionalidad con otra franja superior, oscura, y ambas establecen la sensación de profundidad y, por su posición central, de estabilidad. Esta doble frontera separa y conecta dichos términos (bajo y medio) mediante la interacción de los complementarios (rojo y verde), conformando una insólita perspectiva aérea que mantiene la coherencia compositiva, el equilibrio de las masas y, de paso, fomenta en el espectador interrogantes sobre lo que está viendo. Como debe ser.
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