360 grados

El automóvil, becerro de oro de los alemanes

Joaquín Rábago

Joaquín Rábago

El automóvil es el becerro de oro de los alemanes: han vuelto a demostrarlo una vez más con el bloqueo por el Gobierno de Berlín del plan elaborado por la Unión Europea para prohibir a partir de 2035 la venta de coches con motores de combustible.

Su poderosísima industria, muy volcada en la exportación, lo sabe muy bien, y cuenta con un fuerte lobby tanto en el Gobierno como, algo también muy importante, en la capital comunitaria.

Muchos no habrán olvidado aún cómo uno de sus gigantes exportadores, para colmo con fuerte participación pública, cometió en 2015 un escandaloso fraude con las emisiones contaminantes de los motores en millones de sus coches.

Esta vez, Alemania ha podido apoyarse, para su bloqueo del plan de la UE, en otros países con gobiernos ultraconservadores como los de Italia, Hungría y por supuesto también Polonia, que tampoco estaban de acuerdo.

Habría que preguntarse por cierto de qué sirve la presencia del partido de los Verdes en el Gobierno de coalición que preside el socialdemócrata Olaf Scholz cuando, pese a estar supuestamente de acuerdo con la propuesta de Bruselas, no ha podido una vez más imponerse a los liberales.

Lo cierto es que Alemania es por culpa también de este último partido, que, pese a ser minoritario, se siente excepcionalmente fuerte, el único país europeo que no tiene aún un límite de velocidad general en su amplia red de autopistas.

Apeados, por otro lado, de su ecopacifismo fundacional por culpa de la guerra de Ucrania, si por algo se distinguen últimamente los Verdes es por lo que habría hecho subirse por las paredes a sus fundadores, entre ellos Petra Kelly: una beligerancia frente a Rusia por la invasión de Ucrania que apenas se distingue de la de los ‘neocons’ norteamericanos.

Dicen algunos que, ante el boicot de varios países a la propuesta sobre los motores de combustible, tal vez sea la presidente de la Comisión Europea, la cristianodemócrata alemana Ursula von der Leyen, quien intervenga ahora para tratar de salvar el acuerdo.

Será en cualquier caso difícil, dado el peso del automóvil en la economía alemana y lo que el semanario Der Spiegel calificaba en un número reciente de «guerra cultural», que divide a los alemanes en dos campos difícilmente conciliables: para unos está arruinando el clima, para otros, es un símbolo de libertad.

En el país hay actualmente matriculados nada menos que 60 millones de vehículos de cuatro ruedas, de los que 48,7 millones son coches, un 20 por ciento más que hace quince años: todo un récord, como lo es también el de nuevos carnets de conducir expedidos el año pasado: 3,6 millones.

Un 69 por ciento de los alemanes dice no poder prescindir de su automóvil. También los jóvenes, que se quejan, como el resto de la población, del mal estado, el hacinamiento y los retrasos de los transportes públicos, sobre todo el ferrocarril.

En vano denuncian los esforzados activistas de Friday for Future que el automóvil emite en Alemania 147 millones de toneladas de CO2, es decir casi un 20 por ciento del total y que se calcula que tendrían que disminuir cada año en siete millones de toneladas para caer hasta 85 millones de aquí a 2030.

Como señala Der Spiegel, el socialdemócrata Scholz es uno más en la larga serie de jefes de Gobierno que hablan de la industria del motor como la mejor muestra del modelo al alemán, orgullo de su ingeniería, símbolo de su «milagro económico» y de la potencia exportadora del país.

Hubo un momento en que algunos gigantes del sector como Daimler o BMW creyeron en la posibilidad de que cada vez más ciudadanos, hartos de dar diariamente vueltas en busca de aparcamiento para el vehículo propio y de los atascos, recurrieran a la movilidad compartida, y comenzaron a ofrecer servicios de ese tipo, pero el proyecto no tuvo demasiado éxito.

Para muchos el automóvil sigue siendo el «status symbol» por excelencia y así cada vez uno ve en las calles de las ciudades, también en las de nuestro país, coches cada vez más grandes, lujosos y potentes. ¿Pensarán alguna vez sus propietarios en lo que dejan a las próximas generaciones?

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