No se sabe muy bien cómo ni por qué cada lugar tiene ciertos rasgos definitorios del carácter local. El malaguita puede resultar campechano, simpático, ocurrente, ‘echao pa’lante’, pero parece que no se resiste a fardar: Mira mi cochazo… Menuda choza tiene mi amigo fulanito el del puestazo en… como zutanita que es jefa de…, mi prima perenganita se codea con…
Como me reprochó alguien un día, ante su considerada mi estúpida costumbre de ir por libre, para mostrarme mi falta de prosperidad: «Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija». Me quedó claro, por acontecimientos posteriores, que si el árbol es poderoso se pueden repartir buenos ganchos.
La actual crisis económica, que ya nadie llama crisis, va dejando por la ciudad un reguero de cadáveres sociales que ya no pueden, y quizá no quieren, participar del aquelarre del dispendio en el bureo. Hay que estar a la altura económica adecuada para la socialización y el malaguita es muy de vivir la calle… El paroxismo llega con ciertos eventos como las bodas, agárrate que vienen curvas; entre despedidas de solteros en sabe Dios dónde y cuántos días, atuendos para boda tradicional, temática, boho chic…, regalo para los novios y estancia en el idílico lugar de celebración; pidan crédito o no vayan.
Tras la pandemia, me esperanzaba la recuperación del sentido común con tanto asunto yéndose de madre, pero no, muchos vivirán del y para el crédito, con reserva para psicólogo y benzodiacepinas. Por encima de los caracteres locales, la clase política tiene el suyo propio: sobrevaloración, fariseísmo… Vemos pasar los años y la ineficaz hiperdimensionada maquinaria pública continúa su deriva porque a ellos les da sombra el árbol. Los ciudadanos deberíamos prepararnos para hacer poda.