La Dos

La redistribución de la pobreza

Tonino Guitian

Tonino Guitian

«En el año 68, yo toqué a un pobre» -parece un chiste de Gila, pero lo contó en una entrevista preelectoral de hace tres años, una señora conservadora argentina- «Los pobres de ahora son distintos» -añadió- «son pobres que se tiñen el pelo, que tienen celular, son pobres que han avanzado, que están más insertados en la sociedad». Es cierto que ha cambiado mucho aquel pobre obrero que retrató Engels. Aquel vivía en condiciones de vida miserables, el inmigrante rural o del ámbito del trabajo manual, expuesto a largas jornadas de trabajo bajo salarios -ejem- irrisorios, en espacios de trabajo insalubres, forzado a subsistir en tugurios, hacinado en barrios sin recursos. Ahora se está redistribuyendo mucho mejor la pobreza. Ya habrán notado que la carestía, atribuida como exclusiva a las naciones que tenían el comunismo como ideal, ha llegado a países como Reino Unido, la sexta economía del mundo. Y es que no se puede volver a neoliberalizar lo neoliberalizado. Una vez vendidos los servicios públicos, hay que mantener el sistema en marcha, aunque sea al ralentí. Los ideales solidarios nos los podemos meter donde nos quepan, pero el materialismo mecánico deja propiedades, empresas, acuerdos e inversiones; cosas que, una vez establecidas en la organización de las sociedades, son complicadas de desmontar. Ya en la crisis de 1970, Margaret Thatcher quiso reflotar la economía británica a costa de recortar ayudas sociales y de acabar con economía keynesiana tan necesaria para salvar el bache de la II Guerra Mundial. De paso, abrazó un neorracismo colonial que hasta entonces había sido patrimonio de la ultraderecha. Porque lo importante no es tener un programa, es ganar las elecciones. Un recurso que retomó sin remilgos su antagonista y sucesor, Tony Blair. El gobierno ha muerto, viva el gobierno.

Las ideologías aplicadas a la economía son confusas. En el libro de Proudhon titulado Sistema de las contradicciones económicas, después de afirmar que la propiedad es un robo, su autor añade otra definición contradictoria basada en consideraciones que no tratan únicamente de atacar al orden establecido: «La propiedad es la libertad» convive con «la propiedad es un robo» en una síntesis que aspira a acabar con las injusticias e inventar una nueva sociedad. El llamado materialismo dialéctico es una gran fuente de teorías y clichés que funcionan como sistema de reflexión y como herramienta para cambiar la percepción de las ideas. No varía nuestra realidad, sino la forma en que la pensamos.

El gran cambio de nuestro siglo para alcanzar la igualdad ideal no va a ser la utópica supresión de las clases sociales, sino de las diferencias identitarias. No existen las razas, no existen las discapacidades, no existe el sexo, por fin todos somos diferentes, pero igual da. Pero el Cosmos no detiene por esto la lucha entre sus diferentes fuerzas y energías, uniendo y desuniendo los átomos hasta dejarlos estables. La estabilidad sería el fin de la órbita y de la rotación de galaxias y planetas. El congelamiento de la luz, la inutilidad de las estaciones y de la vida.

Mientras dure este penduleo, a los occidentales nos va a tocar bailar lo peor. Hace años, Fidel Castro preguntaba qué pasaría si todos los chinos quisieran tener un automóvil como en los países capitalistas. China, India, Rusia, los países de África con más recursos, todos los que han permanecido durante años privándose del banquete de la prosperidad, serán los que muevan los hilos. Esperemos que su nuevo sistema sea menos despiadado y, por el bien de nuestros hijos, no ostente el sobrenombre de salvaje que tan bien ha definido al capitalismo actual.

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