Viento fresco

Tortillas

Se celebró el Día Internacional el pasado 9 marzo, pero uno estaba más en el Día de la Empanada

Una tortilla de patatas.

Una tortilla de patatas. / Shutterstock

Jose María de Loma

Jose María de Loma

El pasado nueve de marzo fue el Día Internacional de la Tortilla. Para mí esa jornada fue la de la empanada. Mental. Así que se me pasó, como se le pasa a uno la fecha para llevar el coche a la ITV, como se le pasa a uno la cita con el oculista. Tenía no obstante pendiente la reflexión sobre tal manjar, que gusta a casi todo el mundo, alimenta, da placer y vive un auge solo comparable al de la ensaladilla rusa. Pincho de tortilla pide a media mañana el estudiante y el albañil, tortilla desayuna el labriego y el marqués; la almuerza la moza y el provecto, la rica, el menestral, el sobrino y el zurupeto. También el pobre, los sincebollistas y los cebolletos, cebollistas o cebollos. A unos les gusta poco cuajada y a otros les pirra como mazacote o adoquín. Es chistoso echarle chistorra y con chorizo da ardores a los más delicaditos. De espárragos es cosa fina y como acompañamiento le va estupenda una caña o un cafelito. Tortillas tengas. La frase «hoy hay tortilla» reconforta, levanta el ánimo, introduce expectativas, aleja el muermo y el mal fario. Su origen no está claro pero el lector puede encontrar estos días en otros artículos tesis atinadísimas sobre a quién se le ocurrió primero.

Mi teoría favorita es la que afirma que fue el general Zumalacárregui quien inventó la primera tortilla de patatas en 1835 como una manera fácil y rápida de alimentar a sus tropas. Pero aquí lo que nos interesa es que usted se acuerde de la tortilla de su vida. De aquella que hacía su madre o de la que daban en aquel bar cercano a la Facultad o de la que pidió instantes antes de besar a quién hoy es su marido. La de Betanzos está de moda y la francesa es como una invitada ligera y amable que viniera a nuestra cocina algunas noches, ya sea para sacarnos de un apuro, para meter en bocadillo o para que el niño cene por una noche algo que no sean macarrones o pollo frito. Sobre la tortilla hay tesis doctorales y si no las hay debería haberlas. A una tesis sobre la tortilla también hay que echarle huevos. Una tortilla compartida es un gran símbolo de amistad y la que hacían nuestras madres, con filetes empanaos para llevar al campo o a la playa, tenía ese regusto de la felicidad. Y de la Fanta.

Los grandes chefs se apuntan a la moda de preparar tortillas pero no las tienen en sus restaurantes porque no pueden cobrar por ellas ochenta euros. Hay tortilla de anguilas y tortillas infames, puede que algún político que usted ve perorando en el Congreso lleve en el cuerpo un trozo de tortilla ingerido en una tasca de la zona un rato antes de subir al atril. Esa tortilla está ya en su estómago, en su torrente sanguíneo, en su hígado y su aliento. Se ha mezclado con su ser y es ahora ideología que le sale por la boca hasta que al final del día dicho trozo sea evacuado en el cuarto de baño del Congreso, de su hotel o de esa misma tasca. Pero hoy tendrá de nuevo hambre de tortilla. No cambiará de dieta. Ni de dogma.

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