360 GRADOS

¿Es racional la decisión de armar indefinidamente a Ucrania?

Lo justifican nuestros gobernantes con el argumento de que la identidad de la UE es su adhesión a valores compartidos como la democracia y los derechos humanos

Ucrania repele el asedio de las tropas rusas en Bajmut.

Ucrania repele el asedio de las tropas rusas en Bajmut. / Reuters

Joaquín Rábago

Joaquín Rábago

Es cada vez más difícil ver la racionalidad de la decisión de los líderes europeos de ayudar militarmente a Ucrania “todo el tiempo que haga falta” sin dejar al mismo tiempo un resquicio para la diplomacia.

Lo justifican nuestros gobernantes con el argumento de que la identidad de la UE, lo que la distingue fundamentalmente de las potencias tradicionales, es su adhesión a valores compartidos como la democracia, los derechos humanos, la solidaridad y la paz, todos ellos conculcados por la invasión rusa.

Pero ¿no debería la política exterior europea actuar siempre preventivamente sobre las causas profundas de los conflictos para evitar su estallido, algo que evidentemente no se ha hecho, por más que algunos afirmen lo contrario, en el caso de Ucrania?

El argumento siempre esgrimido de la defensa de los derechos humanos tiene un fallo evidente y es el doble rasero en la aplicación de sus principios, como lo demuestran las otras guerras que hay en el mundo, entre ellas la del Yemen, con sus 300.000 víctimas, a las que los europeos parecemos sentirnos ajenos.

No se puede pues explicar la intervención en Ucrania en defensa sólo de unos ideales porque falta el requisito de su “universalidad” y entran en juego otros argumentos como son los geoestratégicos, es decir las relaciones de poder.

Algunos dirigentes europeos, entre ellos el jefe de la diplomacia comunitaria, Josep Borrell, han saludado en términos positivos el despertar geopolítico de la UE, el hecho de que se haya decidido a utilizar por fin el lenguaje del poder: que haya dejado de ser de Venus, como escribió despectivamente el analista neoconservador estadounidense Robert Kagan.

Kagan es por cierto marido de Victoria Nuland, la secretaria de Estado adjunta del Gobierno de Washington que tuvo un papel destacado en la confusa revolución del Euromaidán de 2014 y la formación de un nuevo gobierno pro-occidental en ese país.

Pero hay, sin embargo, destacados representantes de la llamada escuela realista de las relaciones internacionales como el politólogo y profesor de la Universidad de Chicago John Mearsheimer muy críticos con el rearme por la OTAN de Ucrania.

Para Mearsheimer, no hay que ver el conflicto ucraniano separado de su contexto geopolítico e histórico: analizar, esto es, los motivos que han llevado a la Rusia de Putin a actuar como lo ha hecho- desde la ampliación de la OTAN hasta la injerencia de EEUU en la política ucraniana- y sobre todo no se debe infravalorar el riesgo de escalada.

EEUU no ha ocultado nunca que su intención principal en este conflicto es “debilitar” a Rusia en el marco más amplio de un enfrentamiento con China, su principal rival, el único que puede arrebatarle su actual hegemonía económica global, que en ningún caso la militar.

Pero, a diferencia de EEUU, separados de Rusia por un océano, Europa está expuesta inmediatamente a los peligros de una escalada tanto vertical - por el tipo de armamento utilizado- como horizontal: la eventual extensión de la guerra a todo el continente.

Sobre todo si se tiene en cuenta que tenemos enfrente a una potencia nuclear, que considera la eventual incorporación de Ucrania a la OTAN “una amenaza existencial” para la propia existencia de Rusia como Estado.

Están por último los argumentos económicos, de mucho peso en este conflicto. A la UE la guerra de ningún modo la beneficia como ocurre con EEUU, que puede venderles ahora a los europeos no ya sólo sus hidrocarburos, mucho más caros que los que obtenían de Rusia, sino también armamento para sustituir al enviado a Ucrania.

Como señalaba en un reciente artículo el conocido filósofo alemán Jürgen Habermas, los gobiernos europeos deberían tener en cuenta otros intereses, más allá de los que justificadamente pueda tener la Ucrania de Volodímir Zelenski.

Por ejemplo, el compromiso formalmente adquirido de garantizar la seguridad y el bienestar de sus ciudadanos, algo que la continuación sine die de una guerra que pudo y debió haberse evitado pone cada vez más en peligro.

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