EL DESLIZ

Bob Dylan apaga todos los móviles

Dejen mudos los teléfonos de una maldita vez. Nos lo recuerdan en el cine y en el teatro, y no hay manera

Pilar Garcés

Pilar Garcés

La otra noche entraba en escena la divina Blanca Portillo y arrancaba su monólogo Silencio cuando se oyó un tono de llamada de móvil. Pude notar cómo me subía el cortisol, en respuesta al estrés del momento, y todos los nombres del cerdo me venían a la punta de la lengua. Docenas de espectadores se revolvieron imperceptiblemente en sus asientos, reaccionando a la grosería. Aunque la interferencia duró poco, costó volver a la función. Meternos en el sofisticado texto de Juan Mayorga que adapta su discurso de entrada en la Real Academia de la Lengua, y que aborda precisamente el significado de la ausencia de ruido, de lo que no se dice. Qué hartazgo de trastos. Dejen mudos los teléfonos de una maldita vez. Nos lo recuerdan en el cine y en el teatro, y no hay manera. O suenan o te los plantan delante de la jeta. Somos incapaces de disfrutar el momento, demasiado ocupados en inmortalizarlo. El tipo que sacó una foto con flash en un ballet clásico, deslumbrando a los vecinos. La mujer que grabó con un dispositivo de gran tamaño todo un número del musical Peter Pan, bloqueando al niño sentado detrás. La que hacía un directo a grito pelado durante el concierto de Rosalía, y lo tuvo que interrumpir porque el público que había pagado un buen dinero por la entrada casi se la come. El señor que grababa una misa en catedral de València en plan Spielberg para enojo de los feligreses acosados, qué necesidad de llevarse semejante souvenir. A dónde irán todas esas horas y horas de grabaciones. ¿De verdad son instantes para la gloria y el recuerdo o hay un síndrome de Diógenes que afecta a los móviles? Yo no miro nada de lo que acumulo en el mío, toda esa memoria desperdiciada. Y dudo mucho que nadie lo haga, ni mucho menos los millones de fragmentos que reposan en internet de todos los espectáculos que en la historia han sido, desde el festival del cole, a la batucada de tu prima, o el concierto exclusivo de Beyoncé.

Estos días se ha anunciado la gira de Bob Dylan por España, doce conciertos en ocho ciudades bajo el lema Rough and Rowdy Ways, como su disco 39, en el mes de junio. Son actuaciones libres de móviles. Para entrar cada espectador deberá dejar su aparato dentro de una funda especial que se le entregará en la puerta, y que permite el paso de señales para que en el caso de una emergencia se pueda localizar a la persona en un espacio habilitado a tal fin. Al Nobel de Literatura no le gusta que le desconcentren apuntándole con miles de teléfonos y busca una atmósfera limpia. «Nuestros ojos se abren un poco más y nuestros sentidos se agudizan ligeramente cuando perdemos la muleta tecnológica a la que nos hemos acostumbrado», explican desde su oficina. Esta condición innegociable ya la habían impuesto otros artistas con anterioridad, con distinta fortuna y para determinados recintos: Madonna, Kate Bush, Alicia Keys o Bruno Mars. El músico Jack White, amante de improvisar sobre el escenario, lleva años exigiendo prescindir de los móviles, como una forma de mostrarle al rock and roll el mismo respeto que se da a la ópera o al teatro (casi siempre); para conseguir también que el público se comunique mejor y disfrute de una experiencia más vívida y sin los músicos en tensión por el acecho permanente. Sea por estos motivos, o para proteger los derechos de las grabaciones oficiales, será liberador ver los conciertos de Dylan sin cacharros en ristre. Como volver al siglo XX.

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