AL AZAR

La secesión de Ferrovial

Si España ha dejado de ser España, según patrocina la derecha con un abultado certificado de defunción, ¿dónde está España? En Holanda

La hasta ahora sede de Ferrovial en Madrid.

La hasta ahora sede de Ferrovial en Madrid.

Matías Vallés

Matías Vallés

Sin necesidad de señalar, hay comunidades autónomas menos potentes que Ferrovial. Por tanto, cabe hablar de secesión de la familia Del Pino, avalada por los ultrapatriotas con los mismos argumentos que reprochaban a los independentistas catalanes. A saber, todo ser humano tiene derecho a definir su identidad nacional, y se puede amar a España desde fuera. De hecho, se ama mejor en el exterior. Por tanto, el alineamiento es ideológico y no geográfico. De repente, se puede ser un español ejemplar huyendo a Waterloo o geografías asimiladas de los Países Bajos. La patriótica Inés Arrimadas debería manifestarse con su pancarta ante la sede de Del Pino en Holanda.

Si España ha dejado de ser España, según patrocina la derecha con un abultado certificado de defunción, ¿dónde está España? En Holanda. Los católicos se pirran por un país protestante, que en su escalafón debería ser peor que una geografía atea. Planteando el patriotismo portátil en sentido contrario, si un holandés está más próximo al núcleo de la españolidad que un español, ¿en qué consiste este virtuosismo autóctono? España se ha convertido en el medio ambiente más hostil para ejercer de español, así que se concentra el patriotismo en el extranjero, porque hasta el Madrid de Ayuso repugna a un fetén. Les falta concluir que aquí solo permanecen los cobardes y traidores.

El espectador asombrado desearía que los partidarios de la expatriación de Del Pîno siguieran su camino. El patriotismo español es tan ambicioso, que ni siquiera España puede abarcar a estos vigías de Occidente. La secesión selectiva de Ferrovial demuestra que, así en Cataluña como en España, los excesos identitarios provocan la fuga empresarial, aunque se trate de una secuela asumible con tal de retener las esencias. En fin, también Bernard Arnault se fugó a Bélgica para evitar impuestos, pero solo se coronó el hombre más rico del mundo cuando regresó a París. El riesgo de aplaudir los exilios dorados es que se empieza jaleando la fuga literal de capitales, y se acaba concediendo que en Amsterdam cocinan una excelente paella.

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