EL RUIDO Y LA FURIA

Si un hombre un invierno

Ramón Tamames, junto a Santiago Abascal.

Ramón Tamames, junto a Santiago Abascal. / David Castro

Juan Gaitán

Juan Gaitán

Van al paso los últimos días del invierno. De alguna manera hay que empezar la columna después de todo, y esa frase se me ha venido a la cabeza mientras desayuno mirando al patio. La buganvilla sigue un poco deshojada, un tanto mustia, apenas alguna flor que ha ido asomando con el calor de las últimas mañanas. Pero los gorriones ya están en pleno romance, todo aleteos y riñas y jaleo y vida. El martes será primavera.

Y el martes, cuando la primavera, Ramón Tamames pronunciará su discurso en la moción de censura más extraña que imaginarse pueda. Un antiguo dirigente comunista presentado como candidato de la extrema derecha. Dice mi colega y amigo José María de Loma que Tamames se ha convertido en un género periodístico. Qué gran acierto. Es legendaria la puntería que tiene Loma para estas cosas. Pero es que no deja de sorprender que un hombre, casi al final de su biografía, dé un volantazo de tal calibre. Por eso he titulado ‘Si un hombre un invierno’, plagiando con toda intención aquel maravilloso título de Ítalo Calvino ‘Si una noche de invierno un viajero’. Porque aunque será primavera, el invierno al que aludo es al del propio Tamames, un hombre que, en su invierno, en vez de sentarse ante la hoguera ha decidido arrojarse a ella. A la de las vanidades.

Quizás sea una frivolidad decir que me interesa más la primavera que Tamames, pero la columna periodística fue siempre un modo de desnudo integral y es preciso ser sincero. Si algo me interesa de todo este asunto, de toda esta pantomima, es entender cómo un hombre al que la dictadura metió en la cárcel se pone ahora al frente de los descendientes ideológicos de aquella dictadura. No está bien estudiada la persistencia del síndrome de Estocolmo, pero quizás en el caso de Tamames (y de Sánchez Dragó, que estuvo preso con él) consigan los expertos encontrar algunas pruebas de que pudiera ser permanente.

He vuelto la mirada al patio. La luz lo inunda todo. Una luz mayor, sin memoria ya del invierno, una luz que invita a salir a buscar hadas, como en aquello que he contado ya algunas veces de Perrault, que un día estaba escribiendo, como yo ahora mismo, y una brisa de primavera temprana le trajo un olor a hadas que le hizo dejar la escritura y adentrarse en el jardín. Acaso esas sean las cosas que uno espera que le pasen de vez en cuando para hacer la vida navegable. Si todo fuesen mociones de censura, cestas de la compra que van por las nubes y bancos que se caen víctimas de su propia ambición, el mundo sería un lugar insoportable, un inacabable invierno sin esperanza.

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