Mirando al abismo

Los pájaros y mi perro

En estos días de un calor apresurado, anunciando ya un verano que creo que nunca deja del todo el sur, me siento en la terraza con mi temario de oposiciones, siempre por memorizar, y observo a los pájaros despertar del invierno y llamarse unos a otro con un trino alegre.

Es entonces cuando recuerdo a mi perro. Spike era bueno, negro y grande, aunque él no era consciente de su tamaño. Tiraba todo lo que estaba al alcance de su cola y siempre tenía hambre. Spike iba a todos los sitios corriendo, no tenía calma y nunca permitió que el tiempo lo alcanzara.

Recuerdo que una tarde de primavera, en la que los gorriones que viven en mi buganvilla estaban envueltos en una de sus guerras, vi venir a Spike corriendo hacia nosotros con algo en la boca. Cuando llegó y la abrió vimos que traía un pequeño pollito que se había caído de algún nido. El pollito estaba intacto. Spike solo lo cogió y nos lo trajo para que lo ayudáramos.

A Spike le gustaba la vida sencilla, comer, dormir y jugar. Lo que no era comestible servía para jugar. En ocasiones pienso que nos trajo a aquel pollito porque compartía algo con él, Spike me seguía a todos lados como hacen los patitos recién nacidos con sus madres. Si cerraba alguna puerta y lo dejaba fuera esperaba pacientemente a que saliera. Cuando salía saltaba, movía la cola y se pegaba una carrerita. Supongo que me acuerdo de él en cada primavera porque el calor me devuelve la alegría y mi perro era un ser feliz. No vi a mi perro triste en los quince años que vivió.

Yo solía hablar mucho con Spike, le contaba mi día, le recitaba los temas que estaba estudiando en aquel entonces y le regañaba por hacer trampa cuando jugábamos a la pelota. Él se sentaba frente a mí y escuchaba todo lo que le decía, movía la cabeza de lado a lado y dejaba la lengua fuera de la boca.

Ahora charlo algunas mañanas con un gato negro que vive en los jardines de mi urbanización. Si algún día no le veo él maúlla hasta que le hago caso y cada mañana, cuando me dirijo a invadir el despacho de Estefanía, él me sale al paso y charla conmigo un rato. Supongo que he hecho un nuevo amigo.

Extraño a Spike cada día de la primavera y cada día del verano. Ya no comparto paseos a media tarde con nadie, ni me comen los mosquitos del parque para perros, ni juego con una pelota manchada de barro y hojas.

Ahora mis días de primavera son más tranquilos, sin el ajetreo nervioso de mi perro. Y estoy segura de que la estación ha perdido algo de sí misma. Sí, los animales despiertan y lo hacen también las flores y el sol. Se calienta el agua de las playas y se destierra por fin al chaquetón, pero aún con todo esto mi alegría no llega del todo porque ya nadie me espera tras una puerta cerrada.

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