La señal

La teta pública

Vicente Almenara

Vicente Almenara

Y es que no llaman a las cosas por su nombre, a ver si así confunden al personal. ¿Cómo puede ser que apelliden de solidaridad un impuesto?, si los impuestos son obligatorios, productos de la coacción de los brazos del pulpo del Estado, y la solidaridad se presupone voluntaria y nacida de las buenas intenciones personales… Pues… en marcha está la regulación del impuesto o los gravámenes temporales a los sectores energético y financiero, que ahí se malicia la ultraizquierda gubernamental que andan los ricos. Pero aquí, en la Ciudad del Paraíso, el alcalde, y candidato, pide una tasa de solidaridad a los pisos turísticos -es decir, mano a la cartera-, y Pérez, opositor a la Alcaldía, simplemente prohibiría los pisos turísticos con alguna clase de dekret. ¡Ay, la socialdemocracia transversal!, la misma filosofía, distintos modos, la mano y el puño. Y por aquello de la perversión del lenguaje, que diría el olvidado Amando de Miguel, pues otro clavo en el ataúd de la verdad. Alfonso Guerra escribía el otro día del socialismo liberal, y se quedó tan pancho, una cosa y su contraria, con naturalidad.

Pero ahí no termina todo, cita previa en Hacienda, en el Gaybo, la hora fijada 12.20, la hora real en que te atienden las 13.15, ¿no es un escarnio al súbdito, que no ciudadano, que encima de que le fijan una hora no la cumplan y le hagan esperar y perder su tiempo?, y ni una silla para sentarse y separados de la funcionaria por una mesa y…

Pero, vamos, que te las dan por todas partes. Ahora el Defensor del Pueblo -y de su poltrona y buchaca- abandona a la familia de Canet frente a las fieras del independentismo. Ángel Gabilondo se llama, sí, el derrotado de Madrid, el fraile cromañón que no se retira de mamar de la teta pública, que cree que le necesitamos tanto como cuando vestía los hábitos. Hay tantos imprescindibles. Lo comentamos en la taberna de Iñaki enfrentados a unos ahumados y unos riberas, y ganamos los buenos.

Mientras, sigo mis lecturas acerca de las Brigadas Rojas y la metástasis de los setenta y ochenta del Estado italiano. ‘El caso Moro’, de Leonardo Sciascia, plantea esa lectura necesaria que proponía Borges en ‘Pierre Menard, autor del Quijote’, y así descubrimos cosas acerca de quienes dejaron al presidente de la Democracia Cristiana a los pies de los caballos, Andreoti y Cossiga, pero no solo. Es lo que yo llamaría la invisibilidad de lo evidente. Ahora, igual. ¿Por qué ha dejado de regir de facto la Constitución en Cataluña?, ¿por qué lo aceptamos con normalidad? Los italianos dicen en estos casos Cose nostre!, y algunos parecidos hay entre los de la bota y aquestos. Entonces, un comensal apunta que «aquel que tenga inteligencia calcule el número de la bestia. Pues es un número de hombre. Su número es 666» (Apocalipsis, 13, 18). Y otro cita a media voz a Juana Rivas, ¿se acuerdan de la heroína indultada?, pues la Justicia italiana concede la custodia del hijo menor - «mami me lavó el cerebro diciéndome mentiras de papá»- a su padre.

Menos mal, dice la irónica comensal, que la cuota de pantalla del cine español está en el 21 por ciento, y eso que ha subido, porque se encontraba peor años atrás, y aumentaron las subvencione el pasado año de los 47 a los 60 millones de euros y, claro, eso explica que en los últimos Goya no hubiera ni una crítica al sí es sí, que en ediciones anteriores palo y tente tieso a la derechita, aunque aquí les festejamos con alfombra roja y todo, y les damos de comer y de beber, y a cambio salimos en los medios, y se hacen la foto, y dicen algunas ocurrencias y nos echamos unas risitas, ¡uy, qué guapa está, y qué vestido!, y termina ella con las palabra de un actor de moda, no saben que no nos compran, aunque aceptamos, eso sí, que nos paguen. ¡Qué glamour!, grita el gentío. Gabriela Mistral no se pudo reprimir:

Yo tengo una palabra en la garganta

y no la suelto, y no me libro de ella

aunque me empuja su empellón de sangre.

Si la soltase, quema el pasto vivo,

sangra al cordero, hace caer al pájaro.

Tengo que desprenderla de mi lengua,

hallar un agujero de castores

o sepultarla con cal y mortero

porque no guarde como el alma el vuelo.

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