INVENTARIO DE PERPLEJIDADES

La rata y los ojos de Lenin

José Manuel Ponte

José Manuel Ponte

Oigo en una emisora de radio la versión sobre el contenido de una ley aprobada por el Gobierno de coalición que garantiza el bienestar animal. Una ley muy necesaria porque servirá para proteger a los animales del maltrato y de la crueldad por parte de personas desaprensivas que no reconocían en ellas a seres dotados de sensibilidad. La discusión parlamentaria de la norma resultó especialmente polémica y como suele ocurrir con los sectores mas reaccionarios se exageraron, ridiculizándolos, algunos artículos que les debieron de parecer excesivamente proteccionistas.

Para los que nacimos en la posguerra de la odiosa contienda civil, los episodios de violencia desmedida contra los animales eran cosa corriente, tanto en la calle como en el interior de los edificios donde se estabulaban. Los escolares de la época veíamos como los caballos, las mulas y los burros que tiraban de los carros (los vehículos a motor escaseaban) eran levantados del suelo a golpes para proseguir su trabajo sin ninguna muestra de afecto, consideración o recompensa. La mayor parte de las actividades requerían de tracción animal y no era cosa de perder el tiempo con sensiblerías improductivas.

El paisaje urbano no difería mucho del que seguramente disfrutaron los habitantes del siglo XIX hasta la mitad del siglo XX. Los escolares nos apostábamos en la puerta de la fábrica de gaseosas para esperar la salida de los carros de mulas y colgarnos de la trasera de unos vehículos que nos recordaban a las diligencias del Oeste americano. No andábamos demasiado trecho. El auriga, desde el pescante, notaba el peso de los asaltantes, y sin mirar, nos apeaba con certeros latigazos.

En todo hay clases, los caballos mejor cuidados eran de propiedad de la aristocracia, del campesinado con posibles y de los militares, entre los que destacaban los seleccionados para los concursos hípicos. Los perros ocupaban un lugar preferente a la vera del dueño y eran muy apreciados por sus habilidades en la caza, en la defensa, y como emblema social.

En Galicia fue muy bien valorado el llamado ‘can de palleiro’, un producto de la lujuria errática y desvergonzada que ahora hasta goza de pedigrí. El ‘can de palleiro’ acredita astucia, mansedumbre y un pelaje de color dorado característico del vino del Ribeiro (del Ribeiro de después de la gloriosa Restauración vitivinícola). Se sabe de algunos que llevaban dinero a ingresar en el banco y luego retornaban a casa sin entretenerse, ni quedarse a jugar con los amigos.

Pero la aprobación de la Ley de Bienestar Animal fue pretexto para disparatar a discreción. Según le he podido oír al radiofonista Federico Jiménez Losantos, uno de los objetivos de la norma sería proteger a la rata común imponiendo multas muy elevadas a los infractores. De hasta 200.000 euros. La inspiradora de esta medida parece ser la ministra del Gobierno Ione Belarra, una mujer guapa y con unos bonitos ojos azules. Aunque eso no engaña a Losantos. Para este conocido radiofonista Belarra tiene unos ojos con destellos demoníacos. Muy parecidos a los de Lenin.

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