CRÓNICA DEL FRACASO ANUNCIADO

El extraño caso del candidato Tamames

Todo ha sido muy penoso porque nada (ni lo de Tamames ni lo de Vox) era lo que parecía en esta moción de censura que no logró moverle ni un pelo (ni la silla) al actual presidente del Gobierno

Ramón Tamames, en el escaño de Santiago Abascal, durante la moción de censura.

Ramón Tamames, en el escaño de Santiago Abascal, durante la moción de censura. / JOSÉ LUIS ROCA

Juan Cruz

Juan Cruz

La primera vez que Ramón Tamames saltó a la fama fue cuando, al nacer El País, en mayo de 1976, tras la muerte del dictador Francisco Franco, el diario The Times recordó que en el equipo fundador del nuevo periódico estaba aquel Tamames, importante economista que llegó a ser el catedrático español más celebrado.

Padecía entonces cárcel por comunista mientras que Manuel Fraga, intrépido seguidor del recién fallecido, era parte también de la misma directiva. Tiempo después Tamames cambió varias veces de dirección y de chaqueta. Vestido de colores verdes como un viejo rockero, recibió la propuesta de la extrema derecha de Vox y acaba de darse un buen batacazo político y personal en su aspiración a ser (y parecer) candidato a quitarle el puesto al presidente Pedro Sánchez, “el peor presidente de la democracia” (de la democracia y más allá, han llegado a decir los dirigentes de Vox).

Hagamos recuento del extraño caso del candidato fallido.

Quien hizo aquella crónica sobre el encarcelamiento del comunista Tamames fue Harry Debelius, corresponsal en Madrid del diario conservador británico, uno de los más célebres periodistas dedicados a contar cómo se moría una época y daba comienzo otra de la que se esperaba que un ciudadano como el encarcelado no purgara cárcel por sus ideas ni que alguien como aquel franquista tronante, Fraga, fueras perseguido por haber pertenecido a la primera fila de la dictadura.

Los penúltimos trabajos de Fraga para Franco fueron los que ejerció como embajador español en Gran Bretaña y, últimamente, como arquitecto de una sucesión que tan solo le rozó. En Londres conspiraba activamente, y cara al público (este periodista fue testigo), para que él fuera el principal de un triunvirato que se diluyó como eslóganes en la lluvia.

Conspiraba, sobre todo, para que no fuera presidente del Gobierno Carlos Arias Navarro, el que lloró en público la muerte de su jefe. Arias fue el elegido por don Juan Carlos de Borbón, sucesor “a título de Rey” del rey recién muerto, para simular que había continuidad en la larguísima historia marcada por Franco desde que ganó la guerra civil. Hasta que don Juan Carlos le dijo a otro periodista británico, en The Economist, que aquel llorón era un “resounding disaster”. Y se acabó la breve égida de aquel desastre sin paliativos. Don Juan Carlos decidió acabar (poco a poco) con lo que quedara del pasado, aunque (también para sorpresa de Suárez) el sucesor del sucesor fuera un antiguo falangista, Adolfo Suárez, reconvertido en el que se atrevió, en la inmediata Semana Santa, a legalizar a Tamames, por ejemplo, y por tanto al Partido Comunista de Santiago Carrillo, que había entrado clandestino, con pelo postizo, por la entonces ya descuidada frontera de los Pirineos.

Tamames y los enemigos de la Nación

Hoy los que reclutaron al antiguo encarcelado por formar parte de ese partido entonces ilegal vuelven a referirse a los comunistas como los enemigos de la Nación española cuyo pasado añoran activamente. El excomunista como caballo de Troya de la mayor diatriba anticomunista desde el triunfo de la guerra civil de Franco. Tamames no dejó que de sus palabras se dedujera acuerdo con ese señalamiento reiterado y reaccionario, pero contribuyó con ese silencio a dejar que sus antiguos compañeros de partido volvieran a parecer, también, los malos de una película que no se parece, la verdad, ni a la realidad mermada del comunismo en España ni a la situación verdadera de un país cuya democracia se distingue por todo menos por el rescoldo eurocomunista que quiso darle, por encima del propio Carrillo, el intrépido Tamames a la fachada estalinista que lo precedió.

Todo ha sido muy penoso porque nada (ni lo de Tamames ni lo de Vox) era lo que parecía en esta moción de censura que no logró moverle ni un pelo (ni la silla) al actual presidente del Gobierno, que ha salido muy reforzado de la justa.

Penoso, en primer lugar, para Tamames, que confiaba que quedara intacta la sensación que daban sus captores acerca de su ejemplo de demócrata intachable (en realidad se bajó de varios caballos, derribó a quienes representaban la izquierda municipal, pasó por el centro derecha y, cuesta abajo, o arriba, en la rodada, llegó hasta el presente inequívoco de hombre de derechas ahora, así es la vida, rozado de lleno por la extrema derecha que lo llevó a retratarse feliz con sus captores al término de este resounding fracaso).

Tamames y los nostálgicos de Franco

Los nostálgicos de Franco, y de lo que supuso, querían diluir con un antiquísimo comunista esa pertenencia pesada y ultra. Franco resucitó por un rato no sólo porque éste era la añoranza real de los que no quieren libertades halladas por la España de la Transición sino porque otra vez se supo que una gestión tan exagerada de su recuerdo lo que ha hecho es revivir lo que supusieron, contra las libertades públicas, muchas de las que ahora, para disgusto de Vox, se han inaugurado o restituido.

Hasta el último suspiro de Franco éste había sido presentado por Arias Navarro como un padrecito ejemplar que seguía trabajando hasta la madrugada bajo “la lucecita del Pardo” por la limpieza de la Patria. Allí residió, moribundo, y mandando, y matando, aquel héroe del fascismo que en España se llamó franquismo, antes de que la implacable agonía (también la de los que celebrarían su muerte) acabó el 20 de noviembre de 1975. Nostálgicos de aquel periodo han seguido, con otros nombres, añorando activamente al antecesor de la Monarquía.

Uno de esos nombres es de reciente creación. Es este Vox que reclamó a Tamames para hacerlo su líder por dos días. La ambición de Vox es la misma que las de los antiguos patriotas, reclaman sus vivaEspaña, como si el país fuera suyo, avergüenza a las autonomías cuya lengua no es solamente la española, alimenta la idea de que este país es peor que cuando lo gobernaba el Caudillo del Pardo, y confió en que Tamames, siendo desde hace muchos años otro, serviría para explicar por qué este país es el desastre que dibuja esta derecha extrema. Y aunque el candidato designado se hartó de decir que hacía años que no era comunista el mantra del pasado trató de trasladar la idea de que ese algo que le quedara de la izquierda iba a contribuir a limpiar la imponente sensación de que Vox es realmente lo que parece.

Tardó, está tardando, pues, años en cesar el rescoldo de la dictadura. En los primeros años sin Franco hubo violencia y muerte, la ultraderecha honró al dictador matando, los atentados ultras y las contrapartidas de la Eta, que inició una larga época de atentados asimismo mortales, no impidieron una transición que buscaba la paz con el concurso de los comunistas que rescataron a Santiago Carrillo.

Éste, por si hubiera duda, abrazó la bandera española, sin los aditamentos de la dictadura. Pero en una foto señera, celebrando la legalización de los comunistas, el que enarbola la enseña del PCE era precisamente el ahora presentado como candidato por los anticomunistas.

Tras los titubeos terribles que dieron paso al decaimiento del franquismo los comunistas rehicieron ánimos y equipos. Carrillo pactó con los partidos a la derecha del comunismo (el PSOE, que sostenía el liderazgo de Felipe González, y los sucesivos nombres del grupo político de derechas que lideraría el exembajador en Londres) una nueva etapa de acuerdos que terminó llamándose La Transición.

Ni en el curso de ésta, que parecía un milagro de reconciliación entre vencedores y vencidos, ni hasta ahora mismo, cuando ni la ultraderecha de Vox ni la izquierda de Pablo Iglesias, aceptan como propio aquel borrón y cuenta nueva, ese periodo ha sido aliviado enteramente. Un golpe de Estado, en 1981, fue una advertencia de que los militares franquistas no se habían dormido, y alertaron a la población, que salió a la calle como para apagar definitivamente la lucecita del Pardo, halló ahí una advertencia. El apocalipsis proclamado ahora, por la derecha y por la ultraderecha, tarda en llegar, pero se proclama cada día, por la parte ultra de la política, como las campanas de John Donne.

Ahora la lucecita del Pardo se encendió y se apagó casi de inmediato. Tamames digo sentirse feliz de la experiencia. Rodeado de los suyos que no son del todo suyos, pero que ellos han hecho lo posible por hacerlo parecer y él aceptó esa cercanía, posó en una fotografía triste (de derrota triste) que ya va a perseguirlo durante el tiempo que le quede de vida. En esa foto está él con todos sus promotores celebrando, celebrando, con vivas a España como si ésta hubiera ganado una partida. Su grito fue entre egocéntrico y escéptico. Tamames se limitó a blandir su bastón, el báculo de la vejez, y a gritar una descripción que también parecía una ironía: “¡Viva la Moción!”