725 PALABRAS

La prima Vera

La primavera es una época del año muy especial.

La primavera es una época del año muy especial. / ShutterStock

Juan Antonio Martín

Juan Antonio Martín

Al menos una vez en la vida todos los individuos renacemos, pero habitualmente sin puntualidad. Que se lo pregunten, si no, al egótico profesor Tamames... En realidad, excepto en algunas de las necesidades del ser humano que nos explicó Maslow, la puntualidad no es una necesidad para el hombre, sino una exigencia intrínseca del sistema. Para el sapiens, casualmente el ser menos sapiente y más impuntual del Universo, la puntualidad no es una necesidad, sino un desafío.

Sin embargo, para la prima Vera, que es prima carnal de todos los terráqueos durante tres meses al año, la puntualidad es una realidad apodíctica. Así, desde que tengo uso de razón, la prima Vera viene compareciendo puntualmente dentro de una horquilla máxima de cuarenta y ocho horas, que son pocas horas respecto de las casi ocho mil ochocientas que tiene un año. Y con ella llega la luz y la desinhibición y la caída del abrigo y la sangre alterada y el frenesí y los enamoramientos eternos, alternos y medio pensionistas... La prima Vera es la madrina de bodas y ayuntamientos de la mayoría de las parejas, incluso de aquellas cuyos periodos de vida no sobreviven al otoño.

Fue en casa, siendo niño que, sin que nadie mediara, la primavera se convirtió en mi prima Vera. Todo se inicia basado en que doña Gracia, mi señora abuela materna, era muy dada a anunciar a los prójimos más próximos la llegada de cada una de las estaciones.

–Nene, la semana próxima llega la primavera –y así también con el verano, el otoño y el invierno.

Y yo, excitado por tenerla en casa, me pasaba el día preguntando por ella:

–Abuelita, ¿la prima Vera llega hoy...?

–No, llegará la semana próxima entre el lunes y el martes.

Mi familia siempre fue y sigue siendo muy receptiva respecto de todo cuanto representa la primavera en nuestros estados físicos y emocionales. Cuando la primavera llegaba, en casa cada año se vivía y revivía un momento emocionante, pero durante mis primeros años no fue mi caso porque la ilusionante llegada de mi prima Vera nunca jamás se cumplió.

A estas alturas de mi vida aún rememoro el dolor de aquel niño que hubo de aprender a gestionar la frustración primaveral desde muy temprano. Cierro los ojos y aún me veo sentado detrás de la puerta de entrada a casa, alimentándome de evagaciones infantiles en un sordo soliloquio gris oscuro, tirando a negro insondable. Cada año, en la misma época, esperaba la inminente llegada de mi prima Vera. Y, después, cuando la primavera obraba y oía a mi abuela señalando el brote vivo y frondoso de la primavera en los jardines y el campo volvía a tomar contacto con la frustración:

–Mira nene, todo esto lo ha hecho la primavera –me decía mi abuela, mientras me señalaba las flores y los árboles del parque.

–¿Y si la prima Vera ha venido al parque, ¿por qué no ha venido a casa para verme, abuelita...?

–Porque estaba muy ocupada... El próximo año seguro que viene a casa para verte...

Y así fue, año tras año, hasta que alguien supo explicarme que la prima Vera a la que yo esperaba ni era mi prima carnal, ni nunca llegaría como yo esperaba. Y, además, supo dirigir mi atención hacia la realidad de las estaciones meteorológicas. Fue mi primer maestro quien me iluminó la realidad. Aquel padre agustino tanto me inició en las estaciones meteorológicas como en el dolor físico que justificaba la disciplina como la polaridad del dolor. Entonces la expresión «susto o muerte» tácitamente no se expresaba, pero todos sabíamos que quedaba representada por el binomio «disciplina o dolor». En aquel tiempo la autoridad no era cuestionable y, por consiguiente, el método educativo, tampoco.

Transcurrido el tiempo, ya de jovenzuelo y dándole sentido a «si es prima más se arrima», tomé consciencia de la verdadera función natural de la primavera y de su influencia en el planeta y, por ende, en los terrícolas que la habitamos, aunque aún albergo excesivas dudas respecto de la influencia de la primavera en las labores políticas, ello, independientemente de que dentro de dos meses volveremos a las urnas.

Escribió Neruda: Todo ha florecido en | estos campos, manzanos, | azules titubeantes, malezas amarillas, | y entre la hierba verde viven las amapolas.

–¿Y si el 28 de mayo ocurriera...?

–¡Me da que no...!