Opinión | 360 GRADOS
El Tribunal Penal Internacional y los niños de la guerra
El tribunal, que no ha tenido nunca voluntad ni valor para actuar contra EEUU por las violaciones de los derechos humanos, se ha atrevido emitir una orden de detención contra con el presidente ruso

Vladímir Putin, en una imagen de archivo. / EFE
El Tribunal Penal Internacional sorprendió al mundo la semana pasada al emitir una orden de detención contra el presidente ruso, Vladimir Putin.
El tribunal, que no ha tenido nunca voluntad ni valor para actuar contra EEUU por las violaciones de los derechos humanos al invadir, se ha atrevido, sin embargo, esta vez con el líder ruso.
La justificación esgrimida es que el Kremlin ha cometido crímenes de guerra con la ‘deportación’ a Rusia de niños ucranianos, se supone que en su mayoría rusófonos, que vivían en regiones del país anexionadas y que Moscú considera ya parte del territorio nacional.
Para el alto representante para la Política Exterior y de Defensa de la UE, Josep Borrell, la decisión de la Corte no arroja dudas: «La gravedad de los crímenes y la declaración del Tribunal Penal Internacional hablan por sí solas».
La orden del TPI no tendrá, sin embargo, más consecuencias que la reputacional ya que Rusia no forma parte de la Corte, como tampoco, por cierto, Ucrania, ni Estados Unidos, ni China, ni Israel, ni muchos otros países.
Estados Unidos incluso aprobó en 2002 una ley que prohíbe cualquier tipo de asistencia al TPI, la extradición de un ciudadano norteamericano a otro país o que ese tribunal lleve a cabo investigaciones en suelo norteamericano.
El presidente ruso, que debe de considerarse también impune frente a esa corte, que ha juzgado hasta ahora sobre todo a tiranos o tiranuelos africanos o asiáticos, se exhibió desafiante en Crimea y en varias poblaciones del ocupado Donbás.
Según el TPI, que tiene su sede en La Haya, las deportaciones de niños ucranianos «demuestran la intención de sacarlos del país de manera permanente».
Al margen de lo discutible de juzgar lo que parece considerarse simplemente ‘intenciones’, ¿no habría que preguntarse si habría que dejar a esos menores en lugares expuestos a los continuos bombardeos de las fuerzas que tratan de liberar el territorio ocupado?
Al leer la noticia, pensé inmediatamente en nuestros ‘niños de la guerra’: los más de 50.000 pequeños españoles evacuados durante la Guerra Civil a petición, eso sí, del Gobierno legítimo de la República, para evitarles mayores daños físicos y psicológicos y a los que tan generosamente acogerían otros países como la propia URSS, México o Bélgica.
Como pienso también en los cerca de cinco millones de niños que han nacido en Siria desde el comienzo de la guerra en ese país árabe, en las varias decenas de miles que han muerto o resultado heridos por las minas, en los millones de huérfanos que malviven en campos de refugiados o no tienen acceso a los servicios médicos.
O en los cientos de miles de niños iraquíes muertos a consecuencia de la invasión ilegal de ese país por EEUU, en los nacidos después con las más horribles malformaciones o tumores a consecuencia del empleo por el Ejército norteamericano de municiones con uranio empobrecido. ¿O es que de eso ya no queremos acordarnos?
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